10 - Insomnio

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Eru hizo una bola del pergamino y lo tiró por encima de su cabeza con una satisfacción extraordinaria.

Después de haber intentado dormir sin éxito, había renunciado a maltratar las pobres almohadas que no tenían culpa alguna de su insomnio, y se había levantado para escribir el dichoso poema. Sospechaba que Níniel se reía de él con esa absurdidad de idea, pero igual no perdía nada con intentarlo. Wysarora ya estaba enfadada, no podría empeorarlo con unos versos.

El único problema era que él no era poeta. Ni un maestro de las palabras, a decir la verdad. Con hablar poco explicaba más la mayoría de las veces, y prefería lo escueto. No obstante, ahora necesitaba muchas palabras, muchas más de las que usaba habitualmente. Y más agradables. Sugestivas. ¿Seductoras?

Hizo una mueca y quiso tirar del cordón de la campana para llamar a Ieldal, pero en el último momento se acordó de que debía de ser noche cerrada. Se levantó para comprobar dónde estaba la luna. Las cortinas no estaban corridas, no le gustaba sentirse encerrado. Aunque en la inmensidad de su cuarto no debería probar esta sensación, lo hacía mientras no podía ver la línea del horizonte.

Como había supuesto, la luna ya empezaba a bajar, se acercaba la madrugada. Abrió una ventana para sentir la brisa nocturna y respiró con avidez el aire. En la guerra había tenido que moverse entre todas las unidades de las fronteras, pero la mayor parte del tiempo la había pasado bajo lluvia, con los pies metidos en el lodo hasta los tobillos. Las tierras de los heraldos tenían esas condiciones, nada favorables para ellos y lo más seguro, la razón del porqué la guerra duraba tanto.

Agradecía la vuelta a casa, el tiempo templado, el brillo de los colores del otoño, la suavidad de los sonidos de las hojas y las maravillosas formas de las nubes en el cielo. Debería calmarlo todo esto, pero de nuevo era un no. Sentía que le faltaba algo y no sabía lo que era. Adivinaba que debería buscar aquella cosa importante, que tenía la obligación de hacerlo a tiempo o se le escaparía de las manos. Estaba inquieto, no encontraba su lugar en su propia casa, tampoco satisfacción en los deberes diarios. Tendría que haber algo más, algo mejor, algo extraordinario. A veces, casi podía saborearlo, pero jamás estaba a su alcance.

Suspiró y volvió a pensar en el poema. De momento, era preciso dar con el poema. ¿Brillaban los ojos de Wysarora como las estrellas?, se preguntó. ¿Tenía su cabello el resplandor de la luna en el riachuelo? No tenía ni idea. Probó con imaginarse el rostro de su prometida, pero en su cabeza apareció una cabellera mitad blanca mitad oscura y un lunar al lado de una boca llena. Cerró los ojos y sacudió la cabeza, después dejó vagar su mirada para despejarse.

Le pareció que veía movimiento cerca de las cuadras. Se inclinó sobre el alféizar y agudizó el oído. Era probable que fuese un empleado nocturno, pero este no tenía razones para ocultar sus pasos, como parecía hacer quién fuera que anduviera por allí. Solo podía ver una sombra, que cambiaba de ritmo del muy despacio a correr, y se ocultaba detrás de la maleza. ¿Y si alguien intentaba robar los caballos? Cierto que nadie debería atreverse, pero no habían faltado casos.

Eru se puso una bata por encima del camisón de dormir y metió los pies desnudos en las botas. No perdió tiempo con atar los cordones, los metió por el interior. De camino hacia la puerta enganchó su arco y las flechas y enfundó dos dagas en el interior de las botas.

Bajó las escaleras casi corriendo y abrió la puerta de la entrada con un encantamiento, antes de que llegara a ella. La cerró en silencio detrás de sí y se agachó mientras se dirigía en paso veloz hacia donde había visto al intruso la última vez.

Los encantamientos le salían tan sencillo como respirar. Bastaba con pensar en que ya había realizado la operación que quería y estaba hecho. Por supuesto que tenía sus limitaciones, muchas más en su forma que elfo que en la de león, con sus diferencias también. Los que usaba cada día eran pensados para ayudar y hacer bien, al contrario que el animal, usado generalmente para destruir. Desde que había regresado de la guerra Eru no había vuelto a llamar al monstruo y su cuerpo anhelaba el extraordinario poder, los sentidos agudizados, la satisfacción de correr libremente, sin ataduras de cualquier tipo. Aunque, para ser sincero consigo mismo, se ataba a sí mismo dentro de una sociedad que ya no reconocía.

NínielWhere stories live. Discover now