Capítulo XXXIX: Mario Kart en la vida real.

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―Vas a caer, Tomlinson.

―Siempre estás lleno de charlatanería, Styles.

Solté un suspiro mientras observaba a los dos chicos golpearse la cabeza con los cascos cual pelea de carneros, mientras una canción de Imagine Dragons sonaba de fondo en el local y yo enguantaba mis manos, negando reprobatoriamente.

Liam se giró hacia nosotros, respirando de forma sonora dentro de su protector al tiempo en que murmuraba dramáticamente―: La fuerza es intensa.

Despedí una risotada, pensando que en efecto la dosis de popularidad que tenía bajo su nombre no perjudicaba en lo absoluto el grado de frikismo que podía exteriorizar una persona. Estaba de más decir que por mi cabeza en la vida pasó que los amigos de Harry pudiesen pertenecer a mi imperceptible círculo social, ni siquiera cuando me detenía a pensar cómo sería mi vida si todo resultase distinto y sin la odisea que nos rodeaba al rizado y a mí.

La nostalgia del ayer, le llamaba.

Niall aún no sujetaba el casco, por lo que subsistía colgando por debajo de su cabeza y lucía como Toad mientras se sentaba en su carro, sonriendo emocionado por la adrenalina corriendo en sus venas. Todos entraríamos a una misma carrera, daríamos unas cuantas vueltas y luego partiríamos a comer unos helados limítrofe a la playa como celebración de las victorias y derrotas que estaban a punto de acontecer, escuchando los discursos altaneros de los triunfadores y las patéticas justificaciones de los frustrados.

Definitivamente como uno espera pasar un sábado.

―Creo que ese chico te está haciendo ojos, Pat. ―Murmuré mientras ajustaba mi collarín, advirtiendo a un chico unos dos metros de distancia que parecía chequear cada dos por tres a mi pelirrojo amigo.

Patrick resopló.

―No lo creo ―replicó escueto―. Rapunzel encerrada en una torre de cinco metros de altitud, plenamente lejos de la civilización y con habilidades sociales equivaliendo a cero tiene más oportunidades de ligar con un chico que un homosexual, fea.

―Eso es lo que dice tu cerebro, pero no tu corazón. ―Expresé satíricamente teatral.

―Pensé que tú eras la presidenta del equipo "anti amor". ¿Qué sucedió? ¿Harry ha cambiado tu forma de ver al mundo? ―Pinchó mi costilla con diversión plasmada en su pecoso rostro cual babosa repugnante.

Rodé los ojos.

―¿Es que no se me nota el amor por el tonto? Me das unos cuantos minutos en adición y estaré disparándome en la cabeza por mi romántico amor hacia el rizado ―Recité cáustica, escuchándolo reírse cuando terminó de colocarse el casco―. No estoy en contra de los enamorados, Pat. Estoy en contra de los enamorados que observan al amor como una bolsa plástica de color rosado, es eso ―Instalé mi protector también, exhalando―. Puede que se vea muy bonita por fuera, pero por dentro no hay más que vacío y aire.

―Solo porque sea una bolsa plástica de color rosado no significa que no posea nada adentro ―Paz irrumpió en la conversación, causando que ambos giremos nuestra cabeza en su dirección. Ella se encogió de hombros por nuestra actitud jocosamente incrédula, sonriendo―. Solo digo que depende de las personas que estén cargando la bolsa. Tal vez adentro hay chocolates y uno de esos sabrosos jugos de uva que venden en el supermercado; no lo puedes saber.

―Oh, calla, pobre Eurídice enamorada. ―Tapé su rostro con mi mano, echándolo hacia atrás juguetonamente mientras mi prima se quejaba.

Welles descosió la boca en una carcajada, negando.

Elevó su brazo aparatosamente en el aire al lapso en que su voz se tornaba narrativa y fuera de escenario, musitando―: Ahí va ―Sus ojos descansaron en el horizonte, que en realidad implicaba a la segunda planta del local, prosiguiendo con su oración―, otra frase célebre de las temidas Parkers.

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