Capítulo XV: Paranoia futbolista.

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La temporada de fútbol estaba iniciando, y con ello, todos los afiches pegados alrededor de la academia con una mala copia del Tío Sam y su característico sombrero. Los del equipo de diseño gráfico lo habían hecho de nuevo cuando una parodia de la grandiosa personificación americana se encontraba en los papeles impresos, con el dedo de la mascota oficial de Melbourne señalándonos a todos.

No tenía nada en contra del fútbol, sobre todo cuando no había tanta violencia como en el boxeo más que un par de hombres correteando por una cancha verdosa. La academia, con omisión a la mayoría de las escuelas estadounidenses de hoy en día, no hacía nada de fútbol americano más que el simple y sencillo soccer. Éramos bastante buenos en ello. Por lo que un lobo con un voluminoso pelaje ceniciento y un par de ojos azulados estaba portando la chaqueta con la característica M mientras que unas letras negras rezaban abajo un «te quiero para el equipo de fútbol», sosteniendo un balón entre su mano vacía con las fechas para las pruebas de ingreso un poco más abajo.

Toda esta información no me habría interesado para nada, de no ser porque mi queridísima amiga Maggie Osborn tuviese tanta fascinación por el balompié y habitase más que insistente en intentar entrar esta vez al equipo escolar. No era tan buena con sus manos, pero definitivamente sabía coordinar sus pies y nos había pedido apoyo cuando el día de las pruebas llegara. «Es nuestro último año aquí. Necesito hacer lo que me negué a hacer por todos estos años» es lo que decía una y otra vez, como si comenzara a gritar cual púber un «¡solo se vive una vez!» mientras que yo me encontraba un poco más atrás rodando los ojos. Mi buena amiga Sarah soltaría entonces su particular «¡no digan esa frase! Suena tan terrible que preferiría comprar los cosméticos de Mary Kay. Digan Podemos Morir Como Los Jodidos Dinosaurios» y la historia concluiría con ese pensamiento tan profundo.

El asunto era que estaba estancada. Los asientos de las gradas te dejaban una sensación de dolor en el trasero, y conjuntamente, morías del aburrimiento mientras que esperabas a que todos los alumnos interesados llegaran. Mi compañera de habitación se encontraba en el campo, junto a unos diez chicos con otras pocas chicas, mientras que Paz y Sarah se encontraban a mi lado hablando sobre algunos de los varones que buscaban alistarse al equipo, o más bien mi prima escuchaba lo que decía la rubia y comentaba una que otra cosa de regreso. Yo escuchaba «Dirty Little Secret» de The All-American Rejects como toda una inadaptada, mientras que esperaba a que la prueba iniciara, canturreando la letra en susurros. Decidí que quizás podría meterme en Dating Who desde el teléfono para observar si Hardcox se encontraba conectado por simple fortuna del destino, después de todo las muchachas estaban bastante ocupadas echándole ojo a los del terreno que ni siquiera se darían cuenta, y después de la gran conversación que habíamos tenido ayer sentía que necesitaba hablar incluso más con él.

           “LadyLigeia: ¡Aquí esta Johnny!” Redacté, enviando cuando una sonrisita cruzó por mi rostro al imaginarme la escena de El Resplandor, en donde Jack Nicholson lucía como un desquiciado psicópata.

              “Hardcox: ¿Tienes un hacha contigo?”

¡Estaba conectado!

              “LadyLigeia: Desgraciadamente no. Solo estaba aburrida.”

              “Hardcox: ¿Fastidiada de tu oscura cueva?”

              “LadyLigeia: Fastidiada del campo de fútbol.”

Me sorprendió demasiado ver que el muchacho respondió bastante rápido, como si estuviese turbado acerca de algo. Pero me pilló con la guarda baja cuando leí lo que escribió: “Hardcox: ¿Aló, entrenador Maloney? La década de los 70 habló y quiere su camiseta de vuelta.” Fruncí el ceño, confundida. Alcé mi vista inmediatamente, notando cómo un señor con una menuda panza (a pesar de ser el instructor) y una camiseta con patrones brillantes se paseaba junto a los estudiantes, portando un grandísimo silbato. Una risita escapó de mi boca, mordiendo los labios mientras negaba con la cabeza. Eso no era lo más transcendental…

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