Capítulo XLIX: Un desayuno a la Parker.

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Abrí mis ojos, notando cómo el techo en definitiva no era el de la academia.

Aún acostada en la cama, me estiré un poco para alcanzar el teléfono con mi mano y presionar en el botón de encendido para que la pantalla se prenda: 9:15 a.m.

Lo volví a colocar en la mesa de noche, tirándome contra la cama para volver a tener en mira el techo. Un bostezo escapó de mi boca, decidiendo que era tiempo de salir a un nuevo día en Florida. Tomé el cepillo de dientes de la maleta y comencé a caminar hasta el baño que había en el pasillo, recordando los tiempos en los que Aaron y yo nos peleábamos para ser el primero en entrar durante las mañanas de escuela. Reí ligeramente, entrando para seguir el protocolo matutino que hacía cada mañana.

Bajé las escaleras, percibiendo cómo papá leía The Tallahassee Democrat en la mesa del comedor mientras la tostadora parecía estar ocupada con un par de panes―: Buenos días. ―Saludé, caminando hacia él.

―Buenos días, cariño. ―Papá respondió, cuando le di un beso en la cabeza como solía hacer y él sonrió de medio lado.

―Había extrañado eso.

Le devolví la sonrisa, girándome hasta la cocina.

Jugo de naranja, jugo de naran...

―Permiso. ―Sentí un empujón, siendo movida hasta la puerta de la nevera, cuando observé cómo Aaron tomó entre sus manos el jugo de naranja y le abrió la tapa.

―¡Woah, woah! ―Grité, abriendo mi boca al notar sus intenciones por tomar del pico―. ¡No está bien! ¡No! ¡Sabes que me molesta cuando haces eso! ¡Papá! ―Grité mientras forcejábamos por el dichoso envase.

―¡No, para!

El envase terminó cayendo al suelo, incitando que ambos dejemos de luchar para contemplar la tragedia de jugo que había en el suelo, con una expresión que indicaba cuán muertos terminaríamos si mamá se enteraba―: Tú lo limpias; fuiste quien lo abriste.

―Tú fuiste la primera en forcejar conmigo.

―¡No lo hubiese hecho si no me hubieses empujado del camino! ―Le miré con los brazos cruzados, soltando rayos de los ojos.

Papá suspiró, echándonos un vistazo desde la mesa del comedor―: Chicos, sencillamente limpien el desastre ambos antes de que su madre se dé cuenta. Está duchándose y dejé de escuchar el baño hace un rato. ―Aaron y yo nos observamos, cuando exhalamos y yo fui a la puerta de la izquierda al tiempo en que él recogía el pote de néctar y atiborraba de agua el contenedor del trapeador. Calé el coleto para empezar a fregar el desastre, y le arrojé el trapeador a mi hermano cuando escuché pasos en los escalones. Él lo retornó, pero yo fui más ágil y un segundo antes de que mamá entrara, se lo devolví.

―Buenos días, familia.

―Buenos días, mamá. ―Una sonrisa se dibujó en mis labios, apartándome de Aaron para ir a darle un beso en la mejilla. Podía advertir cuán radiante estaba de tener a toda su familia arrimada de nuevo, y mi estómago se contrajo al pensar en Nueva York y lo que toda la situación acarrearía.

―¿Sucedió algo? ―Inquirió al reparar la forma en la que Aaron colocaba el coleto en su lugar, sonriéndole como niño bienhechor mientras se apoyaba con un codo en el mesón al tiempo en que la tostadora anunciaba que los sándwiches estaban listos. Papá se levantó para colocarlos en un plato con una pila de rebanadas previamente doradas.

―Aileen es torpe, eso es lo que sucedió. Pero ya limpié el desastre, mamá.

Abrí mi boca, ofendida, a mi hermano―: ¡Él causó el desastre y yo limpié!

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