Capítulo I: El inevitable comienzo.

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Estaba a punto de cometer la estupidez más grande de todo el planeta Tierra.

O tal vez la segunda, tomando en cuenta que había personas que consideraban a Romeo y Julieta una historia romántica y encontraba que eso estaba más elevado en la pirámide de los disparates.

―Nadie está viendo, nadie lo hace. ―Intenté tranquilizarme a mí misma, como si responder las preguntas fuese el crimen más despiadado de todos cuando la mitad de mis compañeros estaban hablando las veinticuatro horas del día sobre la dichosa página web.

Pero aquí estaba de todas formas, escondida entre las sábanas de mi cama con mi MacBook frente a mis ojos, rogando a Dios que mi amiga Sarah no entre en la habitación hasta que termine con la inscripción. No quería que me encontrara in fraganti con las manos en la masa ―en este caso, Dating Who― y que obtuviese algo nuevo con lo que regodearse.

¡Era tan irritante! En estos momentos podría estar viendo Una serie de eventos desafortunados, pero no, la realidad era que me hallaba haciendo un estúpido cuestionario nada más porque Harry Styles, también conocido como «dolor en el trasero», había arruinado mi tarde con su presencia.

Vale, tal vez eso era una exageración, pues también era cierto que había un motivo mucho más significativo por el que quería registrarme.

Con una cara más decidida, tecleé «Dating Who» en el buscador e inmediatamente se abrió la página principal del proyecto, con una muy escandalosa canción de Elton John de fondo.

―Puaj. ―Hice una mueca de aversión, reconociendo la melodía acaramelada por una película de bastante destacada de Disney.

A decir verdad, la letra era tan dulce que me provocaba caminar encima de una hilera de púas mientras bailaba la danza de la lluvia; tan empalagosa, tan inaguantable, sin embargo, nada tan nauseabundo como la pesadilla que tuvieron que presenciar mis ojos luego, cuando un corazón gigante y rojo apareció en toda la pantalla y se sacudió cada vez que aumentaba el porcentaje de carga, creciendo cada vez más y más hasta que explotó en un millón de corazoncitos.

El índice de la página apareció, por lo que presioné en el botón para crear una nueva cuenta.

Si bien todavía estaba un poco reacia a la idea, debía admitir que se notaba el esfuerzo que le había puesto el equipo de computación al proyecto; la interfaz estaba bastante completa y era fácil de comprender, la información que pedían para el registro eran datos comunes como el correo de la academia, la edad y la fecha de nacimiento, entonces solo requería información adicional como el alias de la cuenta o la contraseña y finalmente se guardarían los archivos añadidos.

Tuve especial dificultad al pensar en un alias, y posiblemente tenía que ver con el hecho de que todas mis cuentas en redes sociales tenían mi nombre, por lo que era complejo pensar en un apodo que pudiese describir con exactitud mi identidad sin que fuese tan obvio como un nombre de pila. Y como caído del cielo, la idea vino a mi cabeza tal como uno de esos bombillos de caricatura que se encendían sobre las mentes más innovadoras, recordando a uno de mis autores favoritos y a alguien que sencillamente había estado vinculado a mi vida desde hace muchos años.

Edgar Allan Poe me prestó el nombre de uno de sus personajes cuando tipeé «LadyLigeia» y traqueteé mis dedos sobre la laptop mientras esperaba a que cargara la siguiente página.

Ahora con la posibilidad de silenciar la molesta canción de fondo, hice clic con el ratón sobre el ícono de una bocina tachada y por último abrí el reproductor de música, presionando sobre «Polythene Pam» de los Beatles antes de continuar con el proceso de registro en Dating Who.

Dating WhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora