Capítulo III: Dos melones y un Calamardo.

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Era un día agradable, el sol estaba en todo lo alto del cielo y podía ver en la distancia el azul del mar, además de que había recogido mi ropa de la lavandería y desprendía un olor a vainilla.

—El espectáculo en tu dormitorio fue bastante lindo.

Sin embargo, toda felicidad siempre debía tener un límite y el mío había sido escuchar eso.

—Qué raro, me pareció escuchar a una mosca acosadora zumbando alrededor.

Un cuerpo se detuvo en frente de mí, impidiéndome el paso, por lo que tuve que detenerme con una mirada de aversión y los brazos cruzados. Todo el progreso que había conseguido en la clase de yoga se había esfumado en un santiamén tan pronto me encontré con un par de ojos verdes.

—Bzz, bzz, ayer entré a tu edificio, no por elección propia, y habías dejado tu puerta abierta.

—Estoy cien por ciento segura de que estaba cerrada —contraataqué, bufando.

—Pues, yo estoy cien por cierto seguro de que no lo estaba. Lindos pasos de baile.

Sentí la cabeza caliente, pero solo carraspeé y desvié la mirada a la derecha.

—¿Por qué estabas en nuestro edificio? Déjame adivinar, una estudiante.

Harry soltó una risita, lo que hizo que volteara a verlo de nuevo.

—¿Celosa? No tienes por qué, Bunny Bear, solo fui a ese lugar por mi hermana.

Ah, la típica historia de los hermanos Styles que fueron separados al entrar a Melbourne. Al parecer era una tradición en la familia ser parte del edificio de Harry, pero porque los planetas se alinearon en ese momento, su hermana había quedado seleccionada en el edificio contrario.

No había gran diferencia entre ambos edificios, pero siempre tomaban en cuenta las respuestas de cada estudiante en la entrevista previa a la inscripción, por lo que tenía la teoría de que las personas que estaban en Northside eran más humanos con sentido común que los de Westside. Tendría mucho sentido, tomando en cuenta que Gemma Styles era una persona agradable con la que podías entablar conversación sobre cualquier tema y su hermano, por otro lado, tenía una cara que te arruinaba el día apenas la veías y te sacaba de tus casillas con tan solo pronunciar una palabra.

—Gracias por la información que no te pedí —le respondí—, pero me largo.

Me disponía a irme, hasta que su mano se posó en mi hombro y me detuvo.

—Personalmente, me parece que tu espectáculo no estuvo nada mal, pero imagínate todo el potencial desperdiciado. ¿Ese mismo baile usando un chándal de terciopelo? Uff.

—Vale, tal vez piensas que me encantaría escuchar tus manías con las texturas, pero la verdad es que no lo hago —dije, apretando mis labios en una mueca de supuesta pena, alzando la barbilla para verlo directamente a los ojos—. Si quieres un consejo, podrías agarrar una tela de seda y ponerte una mordaza bien apretada para no tener que escuchar tu voz nunca más. Piénsalo, estoy segura de que te va a explotar la cabeza apenas sientas la suavidad de la tela.

—Eres tan adorable y atenta a mis gustos, que podría jurar que te mueres por mí, Bunny Bear.

Mi cuerpo sufrió arcadas tan pronto el chico me guiñó un ojo, apiadándose de mi alma cuando finalmente se alejó y giró a la derecha para caminar al carrito de cafés.

Podía asegurar que había otro carrito a menos de cincuenta metros, y apostaría a que había al menos veinte más distribuidos en todo el campus, por lo que le parecía risible que el decano Johnson tuviese el tupé de quejarse de que los jóvenes de hoy en día vivían con las pilas prendidas las veinticuatro horas del día, si les estaba ofreciendo cafeína como si fuese el pan de cada día.

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