Prologo

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Renato Torres, ese nombre era conocido por demás en todos los ranchos respetables, tenía el rancho cafetalero más grande de la región fruto del esfuerzo de toda una generación, era un hombre solitario y de pocas palabras, déspota y completamente alejado del mundo real por decirlo de alguna manera. No era un hombre mujeriego, aunque su cama no solía estar tendida constantemente, aun con ello nadie nunca lo vio vencido por nadie, y pasarían años hasta que así fuera.

Todo en su vida marchaba tal cual, no le hacía falta nada y no necesitaba nada más, se sentía pleno, se sentía realizado, y más que otra cosa se sentía completo. O al menos eso pensaba, porque esa noche mientras discutía con el párroco sobre dejar o no ese pedazo de tierra en sus favores comenzaba a sentir que la tierra bajo sus pies se movía levemente.

Marcela De La Vera era la hija menor de una familia de ciudad, una de esas familias que te ayudan a seguir tus sueños y caminan de la mano, su sola presencia daba felicidad a los de su alrededor, era amada y apreciada por cada persona que la conocía y así fue hasta que la rompieron en pedazos.

La piedad era el centro de una serie de grandes ranchos, un pueblo con gente que se conocía de años y con chismes que se repetían al infinito como si fuera el mismo rosario. Pocos eran los que no trabajaban en el campo y demasiados los que terminaban alejándose del pueblo en busca de la gloria. Por ello el que alguien tan joven como Marce terminara llegando de la ciudad al pueblo era algo que llamaba la atención por demás.

Pero no tenia de otra, en casa todo dolía, y en un intento por mantenerse en la tierra decidió caminar a donde nunca creyó. Hacia donde la vida la llevara, a los brazos que sin saberlo le esperaban.

La PiedadWhere stories live. Discover now