Conrado

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Esa misma noche en el pueblo Aldo y Paula vivían su propio drama. En cuanto la dejo en casa y le ayudo a subir las compras miro el móvil con el mensaje de Nato que decía no podría entrar al pueblo, chasqueo la boca.

-¿Todo bien?-

-La entrada al pueblo está cerrada- puso las bolsas en la mesa- No podré subir esta noche-

-¿Y Nato, logro pasar con Marcí?-

-Se quedara con ella esta noche, al menos hasta que baje el agua, debemos ir al campo a primera hora-

-Marcí...-

-Sabes que estará bien, Nato es un hombre sensato- susurro recordando ese secreto bien guardado

-Lo sé- y cerrando la puerta de la entrada camino a la cocina-¿Quieres algo de cenar?-

-Bien, me quedare en la camioneta, creo que será lo mejor-

-No seas payaso, no es como si no pudieras quedarte aquí- lo miro cruzándose de brazos en el marco de la puerta- además Conrado no está, ha ido a ver a sus padres, así que no llegara hasta el lunes, puedes quedarte sin problemas-

-Ahora tengo que esconderme como si fuera tu puta amante- refunfuño sacudiéndose el cabello mojado en la entrada- me niego-

-Bájale a tu drama, no tiene cabida en este momento, es lógico que no quiera verte, medio pueblo te ha visto entrar y salir de esta casa, obviamente no le agradas. Además ni que me fuera a acostar contigo, solo te estoy ofreciendo el sofá. Pero si tanto te hiere el orgullo lárgate y duerme en la maldita calle-

La miro en la cocina azotando todo a su paso, ya la había hecho enfadar de nuevo. Se sentó como un niño regañado en el sofá, tenía cuatro meses saliendo con Conrado; parecía que se esforzaba por hacerlo rabiar, porque de todos en el pueblo no existía un tipo que detestara más que ese.

Siempre alardeaba en el bar, y lo miraba por debajo del hombro, lo sabía menos que él y eso le calaba. Además desde que piso el pueblo se pegó de Paula, estuvo tranquilo mucho tiempo, porque el secreto a voces era que ella era suya, o al menos así lo fue un tiempo hasta que ella se cansó y lo empezó a mandar al demonio.

Quizá en un momento de estos meses pensó en llegar con ella, exponerse como nunca y pedir perdón. Pero ahora que sabía lo de Marcela no tenía cara para poder tomarla cuando tarde o temprano ese secreto le explotaría en la cara. Era su única amiga, quizá era por su actitud intimidante o por su falta de aprecio en general, pero en realidad le costaba hacer amigas, y ahora la tenía a ella, tenía alguien con quien platicar o salir, y eso le hacía feliz y si existía algo que le gustaba más que nada en la vida era verla feliz.

-¿Vas a comer?- grito desde la cocina

-Voy- se levantó a regañadientes

Ambos cenaron en silencio, uno que otro comentario sobre la lluvia o el camino, la miro texteando, sabia con quién lo hacía, el corazón se le apachurraba en el pecho, de verdad odiaba tenerla frente a él y no poder reír ni pasarla bien como de costumbre.

Mientras ella cerraba la puerta el lavo los platos, se negó a darse una ducha y como conocedor de la casa que era tomo sus propias cosas para disponerse a dormir. La vio subir las escaleras sin decirse nada, seguía molesta, siempre fue muy terca. La luz comenzó a ir y venir, y las ventanas chiflaban.

De momento todo el lugar estuvo a oscuras, no había nada que diera ni una tenue línea de luz, recordaba haber guardado en algún lado de la cocina lámparas alguna vez, y se sintió feliz de encontrarlas. Tomo una y subió las escaleras, para darle la otra.

La PiedadWhere stories live. Discover now