Corre

4.6K 388 23
                                    

Diciembre tocaba a la puerta, y el invierno calaba, Mateo observaba todo a su alrededor, calmado, desesperadamente calmado; desde que supo que Marcela estaba a su alcance su cabeza no paraba, era como un vicio, como una enfermedad. Mirarla después de tanto tiempo, ¿Qué tan rota se vería? Seguramente Renato vivía con su sombra constante teniendo un cuerpo incapaz de ser amado.

La deseaba, quería marcar sus manos en su piel una vez más, adoraba esa canela que se marcaba en verde y cambiaba lentamente a morado, era hermosa y tan preciada para él; pero tenía que ir con pies de plomo, su padre fue llevado al suelo por el partido opositor, era muy obvio quien sostuvo a la familia Barragán para levantarse por ese pueblo que les perteneció por años.

Ahora debía darle una lección a su hermano, podría hacerlo a la antigua, un golpe o dos, una pelea que lo dejara mal parado, pero nadie de sus antiguos mandos accedía a levantar su mano contra alguien que viviera en el Tostado, era como ser basura de nuevo, no valer nada...

Por ello si debía enseñarle que la familia era primero le daría donde más le dolería... Paula...

Sabía que ahora era una mujer casada, los observo por días, se veían felices, estaba con Conrado, el sobrino menor de los Barragán, no era de extrañar que la entregara a ellos, era obvio que la estaba poniendo a salvo, que tonto, creer que alguien como Conrado podría defenderla del mal, si de verdad lo quería, debió habérsela quedado ser un hombre y proteger lo más preciado.

Pero Aldo siempre fue así, desde que fueron jóvenes y su padre lo intento llevar por el camino que esperaba, lo recordaba hablando a escondidas con el padre y siguiendo el camino de los Torres, era como si su sangre no fuera del todo suya, como si dentro de él, esa maldad que perseguía a todos los Sanmiguel se negara a crecer.

Ya eran muchos años de todo aquello, ahora todos lentamente tomaban un camino y el camino que el tomo fue traicionar a quien les dio la vida, así que debía de aprender la lección, la lección de que la lealtad a tu cuna es lo único que no puedes romper, por eso iría tras ella, lo pensó detenidamente durante un largo rato, si la mataba, se irían sobre él, pero quería dejar un mensaje contundente para Aldo, otro paso más, y ella no volvería a respirar, así de simple, así de conciso.

La entrada al pueblo siempre fue peligrosa, por el simple hecho de ser un paso, aunque en realidad ahora era muy raro que alguien estuviera rondando, pero no era imposible sabía que regularmente se movía entre el pueblo y la ciudad y rara la vez estaba acompañada, ahora que estaba casada sus horas en el hospital se vieron reducidas, y eso le daba libertad.

Las cinco de la tarde en punto, el camino estaba vacío, Mateo repasaba todo en su mente, paso a paso, golpe a golpe, El auto de Conrado se presentó a la distancia, eso era una fortuna, mucho más fácil detener un auto que la cuatro por cuatro que seguramente Aldo le ayudo a escoger a Paula en el pasado.

Fue fácil sacarla del camino, un simple empujón con la camioneta y ya estaba volanteando hasta quedar en el desnivel, bajo tan rápido como pudo, y en cuanto miro hacia el auto se le congelo la sangre.

Marcela...

La mirada de Paula denoto terror, no contaba con su miedo... ¿Qué era lo que sabía? Las puertas estaban cerradas, las miradas de ambos se cruzaron... su piel estaba rozagante, como jamás la vio, su cabello tan largo como las olas del mar, esos tonos dorados, y los labios rojos, la ropa mostraba unas curvas que jamás conoció, pero no todo era diferente, esos enormes ojos aun mostraban tanto terror a su persona como en aquellos años.

De una pedrada se llevó la ventana de Marcela, ahora no podía centrarse, era tener dos por uno, los gritos retumbaban en la nada, y las suplicas de esa joven a su acompañante se convirtieron en lamento.

La PiedadWhere stories live. Discover now