Carretera

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Fernando no dejo de mirarla ni un solo momento desde que la recibió en la iglesia, tenía 24 años y su mirada denotaba una profunda tristeza. Podía verlo en sus ojos, que jamás se iluminaban del todo hablara con quien hablara. Teté era la única persona que la hacía reír a carcajadas, al igual que el padre Javier, quien después de recibir su secreto de confesión, termino pidiéndole que no se acercara con malas mañas a ella "La piedad para ella significan más de lo que podemos imaginarnos, incluso más de lo que esa sola palabra significa" y sin querer aunar en el tema solo le dejo intrigado.

Una vez que arreglaron lo que faltaba volvieron al pueblo, Fernando la invito a la kermes de la iglesia pero ella negó diciendo que debía ir a la ciudad ese fin de semana, al parecer tenía pendientes que no podía seguir postergando, pero que de lo contrario con gusto iría a ayudarles.

Fernando sonrió amable, no quería su ayuda, quería su compañía, pero no era hábil con las palabras y mucho menos con las acciones, al menos no de forma decente o no con una mujer como ella.

Esa misma tarde Marcela se fue del pueblo, conducir de vuelta a la ciudad fue casi tan avasallante como el día que llego. No quería ver a nadie, no estaba preparada, pero su madre y su hermano seguramente estarían preocupados y lo último que quería era hacerles pasar un mal rato o verlos llegar en caravana hasta el pueblo.

Llego a ese apartamento que su padre le regalo cuando termino la maestría, era tan diferente al pequeño cuarto que ocupaba en la iglesia y mucho más cómodo que la casita que esperaba poder arrendar. Se perdió un largo rato en la bañera poniendo su piel en perspectiva, ahora era un poco más tostada, un poco más dorada quizá, le gustaba, era como cambiar de piel en todos los aspectos de la palabra, y eso le hacía un poco más feliz.

Al día siguiente se encontraba en la entrada de su casa, el nudo en la garganta se le hacía presente, no estaba preparada para ver tantas miradas llenas de lastima, no, aun no estaba preparada. Pensó en dar media vuelta y simplemente llamar, pero frente a ella la puerta se abría con ese rostro afable que tanto extraño.

-Marci, ¿Escapando?- inmediatamente corrió a los brazos de su cuñada sintiendo su perfecta manicura acariciando su cabello- Que gusto que vinieras, te hemos echado de menos-

Camila tenía ese poder, el poder de que sus palabras sonaran tan sinceras, no sabía si lo eran o no, pero así se sentían y eso le aliviaba un poco el corazón. Entre amables palabras y elogios entraron a casa, lo que esperaba sería un evento pesado se aligero millones con la sola presencia de su cuñada, todos estaban atentos a sus historias de ese último mes en la escuela, y podía ver incluso una felicidad genuina en ellos.

Suponía muy dentro de ella que el verla haciendo cualquier cosa en este plano era mucho mejor que volverla a ver sin ánimos o llorando. La verdad era que ella esperaba lo mismo de ese lugar y se sentía feliz de estarlo logrando.

Camila y su madre la llenaron de cosas que pensaron necesitaría, aunque ella en realidad no necesitaba nada, aun así lo tomo todas agradecida de que ese día fuese menos traumático de lo que esperaba.

-Gabriel no dijo nada porque estaba muy nervioso- dijo Camila sirviendo vino mientras se acomodaban en la sala del apartamento de Marcela- Pero de verdad está muy feliz de verte-

-Supongo que tenemos la misma sangre, yo también moría de nervios, no sé, no me sentía preparada-

-¿Cuánto tiempo crees que pases en ese lugar alejado de la mano de Dios?- y Marcela rio con esa expresión exagerada

-El tiempo que sea necesario, es un lugar bonito, todos me tratan muy bien-

-Bueno, quizá soy egoísta pero te extraño- hizo un puchero- pero si es lo que necesitas no soy nadie para impedírtelo- suspiro mirando a su amiga sonreír con ese gesto que todos detestaban.

La PiedadWhere stories live. Discover now