10 - "Celoso"

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[ "¿Por qué me siento así? Pensando solo en ti" ]

Un aro delgado, bañando en brillante oro, al centro y como foco principal del anillo; un pequeño pero sublime diamante blanco en corte esmeralda.

Tal vez aquella impecable joya databa de la primera mitad del siglo presente, sin duda era una pieza fina, y sobre todo, con un significado importante para la familia Alvarán.

—Hereditario. Le perteneció a tu bisabuela Margarita Teresa, y luego fue cediéndose a los primeros hombres de la familia. —dijo don Eduardo, enseñándole a su hijo el anillo de compromiso que pronto entregaría. —Tu abuelo Alfonso me lo entregó para tu madre, y ahora tú se lo colocarás a (Tn).

—Vaya... es precioso. —soltó aire, admirando a detalle el blanco diamante.

—Lo es. —coincidió. —Si tu primogénito es un hombre deberás de heredárselo en cuanto se comprometa.

Se sintió mareado durante una milésima de segundo. Aún no se había planteado el tener hijos con (Tn), pero era una respuesta natural al casamiento. Adicional a eso, y para que el acuerdo llegara a su apogeo, debían consumar su matrimonio, no basta con un matrimonio rato.

—Entiendo.

—En fin. —sacó las manos de los bolsillos. —La fiesta de compromiso debería ser en un par de semanas; así que guárdalo muy bien.

—¿Un par de semanas? ¿Cuánto es eso?

—¿Te urge desposar a (Tn) Infante acaso? —su pecho vibró de la leve risa que soltó.

—No es eso. —negó lentamente. —Pensé que sería la próxima semana.

Suspiró. —Seré sincero; no hay fecha exacta realmente... Podrías coordinarla con (Tn).

—Sí me parece bien, justo estaba pensando preguntarle hoy.

Mientras Adrián platicaba con su señor padre, daba los últimos toques en su atuendo. Había acordado que desayunaría con la chica Infante, eran cerca de las nueve de la mañana, así que estaba a tiempo de partir a la propiedad de la familia.

Sonriendo, dio unas palmadas en el hombro del rubio. —Bien hecho hijo.

Maravilloso. Todo lo planeado caminaba por senderos rectos y planos, ni un solo bache.

—¿Padre? —llamó su atención antes que el hombre saliera de su habitación. —¿Me puedo llevar el auto, yo solo?

Por protección, cualquier integrante de la familia Alvarán era llevado por un chofer, rara vez el señor Eduardo dejaba a su hijo conducir.

Permaneció unos segundos en silencio. Bueno, Adrián ya era un hombre adulto, próximo a contraer matrimonio. Era tiempo de libertades.

—De acuerdo, llévate el auto.

—Gracias papá. —sonrió asombrado. Vaya milagro.

Arreglando una ultima vez el cuello de su camisa, se dio un ultimo vistazo. Lucía atractivo. Llevaba unos jeans de mezclilla clara, una camisa abotonada completamente blanca, sus cabellos rubios bien peinados y no podía faltar, su reloj favorito en la mano izquierda. Estaba finalmente listo para comer un rico desayuno con su futura esposa.

La Dueña | Megumi Fushiguro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora