Epílogo

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[ "Y bajo del cielo cubierto de estrellas" ]

Hay una forma de llegar a las montañas que reconstruyen el pasado, hay solo un lugar en el que los mortales pueden acceder a esa sagrada tierra, a esas doradas montañas donde existe lo que perdieron y lo que jamás fue.

La gente dice que jamás puedes recuperar una persona. Lo que se pierde, se pierde. Nosotros, no conocemos a nadie que haya encontrado lo perdido... Pero, ¿qué si hay un alma que en sueños tuvo esa oportunidad?

Bendita por los misterios del polvo de estrellas que nos construyen, ella encontró la vida inmortalizada que había muerto en su juventud a la luz de los fulgurantes parpadeos que descansan plácidamente sobre los cielos eternamente azules.

En medio de su profundo sueño, el frio de su cuerpo buscaba el calor que con el tiempo se había desvanecido.

Había pasado un largo tiempo desde la noche que conoció el amor, desde que las estrellas la protegieron y la alumbraron, a ella y al amor de su vida. Treinta años después, eran las mismas estrellas que se lo concedían una vez y una última más.

El aire de la noche lo había llevado a ella, ese mismo aire lo arrebató de ella en el pasado y ahora, eran nuevamente esos silbidos que lo regresaban a ella en sueños. A través de los paisajes pintados en el dormir, se volvían a encontrar.

El dorso de una mano acariciaba sus pómulos, su cabello... Por un momento y entre sueños, (Tn) Infante sintió ese mismo calor. El que había muerto y el que había desaparecido con el paso de los años.

Y al abrir los ojos, lo encontró a él... Era Megumi Fernández acurrucado frente a ella, acariciando sus facciones y admirándola entre la noche y el sueño.

—(Tn), tenía tanto tiempo sin verte... Estás tan bonita como te recordaba. —musitó esa conocida y olvidada voz.

Su pecho temblaba mientras más lo miraba, escuchaba su voz y sentía su aroma y calor. No se sentía como un sueño, pero tampoco era real. Décadas han pasado de su muerte, pero los sentimientos hacia él seguían tan vivos como aquellas noches de verano de las cuales fueron dueños.

—¿Megumi? ¿Eres tú? —preguntó ella con la voz adormitada y quebrada.

Las comisuras de esos labios sonrosados se alzaron levemente. —¿Te olvidaste de mi?

—¿Cómo podría? —los ojos se le llenaron de agua salada. —¿Dónde has estado? ¿A dónde fuiste?

Su respuesta tardó unos segundos mientras él seguía admirándola y acariciándola.

—A un lugar al que tú no irás aún.

—¿Por qué?

—Porque aún no es tiempo. Llegarás a ese lugar cuando seas una anciana, mientras estés en tu cama, durmiendo tranquila.

Fue ahora (Tn) quien permaneció callada, atrapada en medio de un sueño y una realidad. Él era el mismo de hace treinta años, el mismo Megumi Fernández que alguna vez perdió. Su ausencia la había dejado triste, vacía, vulnerable, pero también la había ayudado.

—¿Qué tengo que hacer para que vuelvas a mi y te levantes de tu eterno sueño?

—Espérame. —musitó, mirándola con amor.

Y como hace tanto tiempo no sucedía, volvió a verse reflejado en los cristales hazel que amaba y que extrañaba tanto.

—Dime que me reconocerás cuando llegue, dime que sabrás mi nombre.

—Te voy a encontrar (Tn). —buscó su mano para entrelazarla. —Nos vamos a encontrar, te lo prometo.

Ese rencuentro podría ser en treinta años más o menos. Solo el tiempo lo sabía. Volverse a ver en sueños o en la otra vida era una incertidumbre más, de lo que está y lo que no.

La Dueña | Megumi Fushiguro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora