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Tenía la extraña sensación de que algo iba mal.

Noa miró a ambos lados del largo pasillo blanco buscando indicios de Rob. Había iniciado el pase de visita en el hospital. Estaban en la zona feliz, los familiares llegaban con grandes arreglos florales para las nuevas mamás y entre todo ese revoltijo de personas, no encontró a su hermano mayor.

-¿Qué sucedió, Tom?- preguntó Noa con tono inquisitivo- ¿A dónde fue Rob?

Oscar cerró la puerta de la habitación de Gwen tras él y miró a Tom esperando una respuesta. Este último suspiró derrotado.

-Es tú papá- respondió mirándola directamente- Está de gravedad.

-¿No estaba bien ya?- preguntó Oscar, confundido. Noa sintió la ya conocida opresión implantándose en su pecho y su corazón latiendo a toda velocidad. Las náuseas hicieron su aparición y tuvo que apoyarse contra la pared por la falta de aire. Por un momento, pensó que todo había acabado, que podría ir a casa tranquilamente.

-Mejor vamos a verlo- con un movimiento de cabeza, Tom indicó que los siguiera.

El camino se sintió eterno, un pasillo sin fin que explotaba de felicidad. No fue hasta que subieron de piso por las escaleras que se hizo el lúgubre silencio. Se quedó ensimismada, mirando sus pasos en la loseta con el ceño fruncido. Tenía tanto miedo de llegar y al mismo tiempo, no veía el momento de hacerlo.

Nunca había anhelado ver el rostro de su padre tanto como en aquel momento. Todas esas veces que lo evitó se sintieron como un maldito desperdicio. Quería escucharlo hablar, y si aquellos eran sus últimos minutos con él, quería despedirse. Dios, en serio quería despedirlo.

-Por aquí- indicó Tom, repentinamente sujetándola de la muñeca puesto que había hecho oídos sordos, demasiado inmersa en sus pensamientos. La miró con preocupación ,y esta vez Noa no fingió una sonrisa ni un falso gesto, se dejó ver realmente.

Cuidados intensivos quedaba en el mismo piso de cirugía, al fondo y a la derecha, tras haber cruzado cada una de las habitaciones individuales donde la gente enferma yacía tras una operación y a los que sus familiares los acompañaban. Notó la diferencia cuándo escuchó los llantos desconsolados de desconocidos y se le formó un nudo en la garganta que le dificultó tragar saliva. La mano de Tom continuaba sujetándola por la muñeca con suavidad. Sin detenerse a pensarlo demasiado, entrelazó sus dedos.

Tom la miró brevemente, un brillo de confusión cruzó sus ojos azules, pero no se quejó. Todo lo contrario, la sujetó firmemente, transmitiéndole su apoyo incondicional.

Al girar en la última esquina, Oscar se detuvo abruptamente y Noa casi choca con él. Miró sobre el hombro de su hermano. Rob yacía sentado en las baldosas blancas con las rodillas pegadas al pecho y la espalda a la pared, mirando a través del cristal que los separaba de cuidados intensivos. Le recordó a la imagen de un niño chiquito, indefenso, buscando confort en sí mismo.

La camilla de su padre estaba rodeada de doctores de bata azul y gorros del mismo color. Noa, inconscientemente, presionó la mano de Tom al presenciar aquella imagen y él toleró el ligero dolor que esto le ocasionó. Su cuerpo entero se tensó y Rob giró la cabeza al sentir su presencia. Su rostro estaba contorsionado por la angustia.

El intercambio de miradas duró pocos segundos antes de que Rob devolviera la suya al interior de cuidados intensivos, era como si temiera perderse algo si despegaba los ojos del escenario.

Para la suerte de su hermano mayor, uno de los doctores se giró en su dirección y caminó hasta ellos. Oscar ya no podría bombardear con preguntas a Rob. El cristal no era solo eso, se trataba de una puerta que se deslizó automáticamente para abrirse, dándole paso al doctor. Una vez fuera, Rob se puso de pie instantáneamente mientras el joven médico se desprendía de la bata azul desechable, del gorro y los botines mientras los inspeccionaba rápidamente con la mirada.

My museDonde viven las historias. Descúbrelo ahora