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Le tomó tres largas semanas aceptar el hecho de que las cosas no vuelven a ser iguales dos veces. Lo comprendió en una noche mientras abrazaba a Tom, quien dormía profundamente a su lado. Nunca imaginó que pudiera extrañarlo tanto, incluso cuando compartían la misma cama todas las noches. Anhelaba cada parte de él con desesperación. Cada vez que oía su risa, algo muy raro las últimas semanas, se aferraba a ella con todas sus fuerzas, ansiando desesperadamente revivir ese sonido, resguardarlo en algún lugar ya que parecía que en cualquier momento se agotaría. Extrañaba ese sonido que le llenaba el corazón de vida.

Tendría que ser ciega para no darse cuenta de que Tom no estaba bien. Sus intentos por preguntarle eran en vano, él se deshacía con evasivas o mentiras, siempre tratando de distraerla hacia otro tema. Pero podía oírlo llorar por las noches cuando pensaba que ella estaba dormida. Antes de su cumpleaños, había estado decidida a dejarlo, pero ahora no podía soportar la idea de abandonarlo. A pesar de los cambios drásticos en él, su amor se mantuvo fiel.

Pero no era ella quién tomaría esa decisión.

Era medianoche de un sábado y Noa estaba más preocupada que molesta. Tom llevaba todo el día sin responderle los mensajes. Fue paciente hasta que llegó la noche, y como habían acordado semanas atrás, ella dormiría con él de ahora en adelante, por lo que condujo hasta su apartamento con la esperanza de encontrarlo sano y salvo allí. No fue así; la única presencia era la de Loki, que la recibió con su habitual entusiasmo. Intentó llamarlo otra vez mientras acariciaba la peluda cabeza del golden retriever que la observaba como si pudiera sentir su ansiedad. Exhaló profundamente cuando no obtuvo respuesta.

Se preparó un té e intentó mantener la cordura mientras veía la televisión sin prestarle verdadera atención. Llamó a Tom una vez más, y cuando dieron las doce, consideró seriamente ir a buscarlo por las calles de Londres. Su corazón latía velozmente imaginando lo peor, y tenía inmensas ganas de llorar.

El sonido de la puerta la hizo reaccionar y ponerse alerta. Escuchó unos pasos seguidos de una maldición murmurada en voz baja. Cuando reconoció la voz de Tom, soltó un suspiro aliviado, pero su corazón seguía latiendo frenéticamente en su pecho. En cuestión de segundos, pasó de preocupada a molesta.

El cachorro corrió hacia el vestíbulo, moviendo su cola con entusiasmo al detectar el olor y la presencia de Tom. Su voz resonó profunda y ronca en medio del silencio.

—Hola, cachorro—exclamó Tom. Lo escuchó jugar un poco con el perro antes de dirigirse a la sala donde Noa estaba sentada en el sofá. A medida que se acercaba, encendía las luces en su trayecto.

—Dios mío — exclamó Tom, seguido de un respingo, al notar su presencia. Se llevó una mano al pecho y soltó una risita divertida. Noa apretó los dientes ante su actitud despreocupada. Gracias a la luz que había encendido, pudo darse cuenta de la capa de sudor que cubría su rostro y de lo dilatadas que estaban sus pupilas. El olor del alcohol que emanaba de él y su actitud extremadamente relajada le confirmaron que todas estas horas en las que ella esperaba con ansiedad, él había estado bebiendo.

—¿Dónde estabas? —preguntó Noa, clavando sus ojos inquisitivos en él—. Estaba preocupada por ti.

—¿Por qué? —respondió Tom, confundido. Noa lo miró con incredulidad e impaciencia. Tom se tambaleó ligeramente, llevándose ambas manos a la cintura en busca de apoyo—. No estaba haciendo nada malo.

—No pensaba que estuvieras haciendo algo malo —replicó ella, arqueando una ceja en su dirección. Tom soltó un suspiro y la observó en silencio durante varios segundos antes de esbozar una sonrisa.

—No es gracioso, Tom —dijo Noa, su expresión imperturbable—. No es tan difícil mandar un mensaje para decirme que estás bien y que llegarás tarde.

My museWhere stories live. Discover now