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Mientras Noa yacía recostada en el largo sofá de la sala, mirando el techo, pensativa, Tom pasaba el dedo por los tomos del librero, leyendo los títulos en voz alta.

-Noa- la llamó, impaciente. No lo estaba escuchando-¿Qué libro quieres?

-Kafka- respondió ella. Tom puso los ojos en blanco y Noa sonrió divertida. Eran incontables las veces que había escuchado el nombre de Kafka salir de la boca de Noa.

-Kafka, Kafka, Kafka- refunfuñó él, cogiendo el libro de mala gana. Noa soltó una carcajada.

-No tienes que ponerte celoso- dijo Noa con tono juguetón, mirándolo con su sonrisa socarrona- Kafka está muerto, hay cero posibilidades de que te sea infiel con él.

-¿Eso quiere decir que si estuviera vivo lo considerarías?- preguntó Tom con una ceja enarcada, de pie junto al sofá y ambas manos en las caderas, sujetando el libro con una.

-Dame el libro- pidió ella, ignorando la insinuante pregunta de Tom, a lo que él se hizo el ofendido.

-No, hasta que contestes- Noa se rió a lo que Tom rompió en una sonrisa y le tendió el libro.

Sentía una calidez reconfortante en su pecho que hacía demasiado tiempo no experimentaba.

Eso era gracias a Tom.

-¿Recuerdas la primera vez que lo leíste?- preguntó Tom, sentándose en el espacio vacío junto a ella. Noa lo pensó y negó con la cabeza. Curiosamente no lo recordaba-Bueno, yo sí.

-¿Cómo es que tienes tan buena memoria?- resopló Noa. Apoyó su cabeza en el regazo de Tom y este le colocó un cojín por debajo para que se sintiera más cómoda.

-¿Cómo voy a olvidarlo?- bufó Tom- Hablaste de Kafka una semana entera. Aún recuerdo un día que íbamos al lago y no paraste de explicarme el por qué Kafka se describía a sí mismo en el insecto de su libro.

Noa se tapó la boca con sorpresa y se le escapó una risa. Tom le sonrió de oreja a oreja. Hasta la fecha podía recordar todos los detalles del autor aunque con el tiempo perdió interés por el mismo y lo ganó por autores como Shakespeare, del cual escribió una tesis completa.

-Gracias por soportar todas mis obsesiones- dijo Noa con tono socarrón a lo que Tom puso los ojos en blanco, divertido.

-Si no era yo, ¿quién?- cuestionó Tom. Noa lo fulminó con la mirada- Tus hermano tenían nula paciencia.

-Mis hermanos no leen un libro aunque sus vidas dependan de ello- argumentó Noa- Solo, tal vez, Aiden, pero con él nunca pude hablar sobre esos temas por obvias razones.

-Tienes suerte de que amo tanto los libros como tú- Tom acarició la mejilla de Noa con el pulgar. Lo observó por un largo momento desde abajo y él le devolvió una mirada llena de cariño- Siempre será un placer escucharte, cariño.

-Y siempre será un placer hablar sin parar- respondió Noa a lo que Tom soltó una carcajada.

Abrió el libro en la primer página y lo levantó sobre ella con ambos brazos extendidos. Entrecerró los ojos tratando de enfocar su vista y recordó que no llevaba los pupilentes que le daban esa capacidad de ver correctamente sin tener que usar los fastidiosos, pero tan necesarios, lentes.

-No veo nada- suspiró ella, dejando caer el libro sobre su estómago.

-Puedo leerlo yo en voz alta- sugirió Tom e intentó alcanzar el libro, pero Noa lo retiró de su alcance.

-¿Cómo crees que voy a dejar que tú, un nulo fanático de Kafka, lea esta obra maestra?- dramatizó ella, cómo si fuera la ofensa más grande en el planeta. Tom resopló y Noa se puso de pie de un salto.

My museWhere stories live. Discover now