Cuerpo y alma

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Scorpius dió vueltas al celular en su mano. Considerando, si era o no, buena idea enviarle otro mensaje a Albus.

El pelinegro llegaba veinte minutos tarde para su tutoría de esa tarde, lo cual era sumamente inusual.

Se dijo a sí mismo que sólo esperaría cinco minutos más, si no llegaba, se iría a casa. Después de todo, no tenía más clases ese día.

El inconveniente fue que, cinco minutos después, aún seguía sentado en su lugar en la alfombra. Estaba seguro de que apenas se fuera, Albus llegaría y lo molestaría el resto del mes llamándolo flojo y recriminándole por no ser capaz de estudiar por su cuenta.

Pero es que Scorpius ya no se imaginaba estudiando latín sin Albus mirando y corrigiendo su pronunciación o criticándolo desdeñosamente cada dos minutos. Simplemente no tendría sentido.

Cerró de golpe la libreta frente a él, empujándola fuera de la mesa en un berrinche infantil. No pasaron diez segundo antes de que la recogiera, muerto de la vergüenza aún si nadie fue testigo.

Suspiró y recogió sus cosas, aceptando que Albus lo había dejado plantado, que por ese día podría pasar de su irritable presencia y tener la tarde libre. Eso debió alegrarlo, pero lo cierto es que solo le dejó una sabor agrio en el estómago.

Ya con su mochila al hombro, abandonó la sala de estudios del tercer piso.

Mientras cerraba la puerta detrás de él, alguien pasó corriendo justo a su lado, casi haciéndolo caer. Levantó la cabeza para gritarle al desconocido que tuviera más cuidado, pero se calló al ver quien corría a toda prisa por el pasillo. Reconocería esa mata de pelo donde fuera.

Corrió tras James.

Lo vió entrar a una de las aulas en desuso, se planteó la opción de no entrar. Quien sabe, tal vez tenía prisa porque alguien lo esperaba. Todo era factible.

Escuchó una respiración agitada desde dentro, fue suficiente para convencerlo de entrar.

El aula era de la mitad de tamaño que el resto, solo había una ventana, por donde entraba la única luz que alumbraba el lugar. Todo estaba cubierto de polvo, y al decir todo, se refería a absolutamente todo. Desde el escritorio junto a la pared, el piso y los estantes vacíos.

La única superficie que se veía al menos un poco limpia era la mesa de fondo, bajo la ventana, en donde James estaba sentado con las piernas contra el pecho y el rostro escondido entre ellas.

Scorpius avanzó en su dirección, procurando hacer un poco de ruido para no tomarlo desprevenido.

  No sirvió de nada. Al acercarse más, notó como le temblaba todo el cuerpo, sus orejas estaban rojas y sus dedos blancos por el fuerte agarre que tenía en sus piernas.

Tocó con sumo cuidado su hombro izquierdo, pero aún así lo sobresaltó. James levantó la cabeza de inmediato, mirando a Scorpius sin verlo realmente.

No estaba llorando, pero eso no hacía que se viera menos desolado. Le aguantó la mirada por un mínimo de tiempo antes de volverla a bajar al piso.

-¿Qué haces aquí?.

-Te vi correr por el pasillo, solo quería asegurarme de que estuvieras bien -Se subió a su lado en la mesa, a una distancia prudente por si James reaccionaba de mala manera- Evidentemente no es así... ¿Qué ocurre?.

-Nada. Todo está bien -Le respondió en un tono tosco y grosero que Scorpius no asociaba para nada con James. No recordaba una sola ocasión en que le hubiera hablado de esa forma, ni a él ni a nadie más.

Pelear, besar y... ¿Como es que iba? Onde histórias criam vida. Descubra agora