Capítulo 50 - Parte 1

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Máximo.

Sostengo la laptop sobre mis piernas, deslizo mis dedos con rapidez trabajando en las empresas y la constructora que tengo a cargo.

Mi mujer ha estado arreglando sus maletas desde temprano, se marcha hoy, dejándome solo, no le digo nada. Solo la miro de vez en cuando.

-¿Puedes llevar mis otras maletas?-es la primera vez que me habla desde que se ha levantado y solo me dice eso.

Aprieto la mandíbula con rabia.

-Déjalas a un lado, le diré a Gregori que las meta en la camioneta.

Las acomoda a un lado de la puerta.

Se larga a Londres y me deja solo.

-¿Llevaras de vuelta a mis amigos o tengo que pedir que los vengan a recoger?-se preocupa más por los amigos que por mí. Maldita.

-Pueden ir conmigo.-no la miro porque soy capaz de quitarle el enojo a folladas.

Me causa repulsión su maldita actitud, no soporto su indiferencia.

Veo que va en busca de su bolso y lo coloca sobre la maleta negra que se llevara.

Cierro la computadora con fuerza y me pongo de pie dispuesto a salir de la habitación porque no pienso quedarme para decirle "Adiós", prefiero arrancarme la lengua.

-Suerte en tu viaje.-es lo único que le digo antes de salir.

-Suerte, en el tuyo.-utiliza un tono de voz bajo, casi inaudible, pero logro escucharla antes de salir.

Bajo a la playa a sentarme sobre la arena, la cabeza me duele porque no soporto la idea de tenerla lejos, no sé cómo podre dormir sin ella, ya vi que seré un desdichado durante su ausencia.

Las olas van y viene, el sonido es fuerte, la marea esta brava.

La amo, de verdad la amo, como no tiene una puta idea, incluso más que a mí mismo y se me ha metido tan adentro que no la pienso dejar nunca.

Si en su vida, sin mí no ha habido un antes, mucho menos habrá un después. Siempre seré yo, por mucho que intente alejarse, siempre volveré por ella para fundirla en mi.

Miro el reloj que tengo en la muñeca y solo entonces me levanto.

Hace dos horas se ha marchado.

Subo las escaleras hasta volver llegar a la casa.

Gregori me alcanza y camino apresurado.

-¡Nos vamos, ya!-grito siguiendo mi andar.

-¿Ahora mismo?-pregunta.

-¡Ahora mismo!-no me detengo a explicarle las razones por las que me quiero largar.

Se retira a movilizar a todos los hombres para que les comuniquen a los otros imbéciles que nos largamos ahora mismo. No pienso esperar a nadie.

Me voy directo a la habitación, me cambio de ropa busco un jogger, polo, deportivas y gorra, todo negro porque estoy de luto.

Bajo todas las maletas, incluidas las de mi mujer, las dejo en la entrada de la casa para que las suban al carro.

-Ya estoy listo.-llega Renzo a mi lado arrastrando su maleta.- ¿Nos vamos?

Camino sin responderle.

Me meto a la camioneta y espero a que los otros imbéciles se suban.

Nadie viene, solo estamos Renzo y yo.

Toco el claxon con insistencia para que se apuren.

-¡Gregori!-grito para que venga.

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