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Vivo en las afueras de Barcelona; por supuesto, por motivos de seguridad no revelaré mi ubicación exacta. Llegamos a casa, a partir de ahora me referiré a ella como La Guarida. La llevé directamente al sótano; de hecho, más que un sótano es un búnker enorme. Dispone de diferentes estancias y de una salida de seguridad por si las moscas, comprenderás que tampoco te diga dónde está. Mi afición requiere de mucha preparación y mucho espacio. Me llevó años diseñarlo personalmente, no solo soy un buen arquitecto, sino también un experto en informática y seguridad.

Llevé a Sandrita directamente al calabozo y la encerré en una de las jaulas. Tenía una celda, pero la celda era para alguna presa especial. Para alguien que me hubiese dado un buen rato de cacería, que me hubiese hecho correr segregando altas dosis de adrenalina o para alguna que no se saltara las reglas, pero esa... no la había encontrado todavía. Sandrita en el fondo no era gran cosa, fue una presa más que fácil en todos los aspectos, una jaula para ella sería suficiente. No tardaría mucho en despertar. Me gustaba tomarme mi tiempo y me sentaba en el sofá a esperar. Me encantaba permanecer allí hasta que abrían sus ojos; tenía una cámara preparada con sensor de movimiento dispuesta especialmente para ellas y fotografiaba el momento. Por supuesto, yo siempre estaba fuera de plano, no quería acaparar el protagonismo. Ya... jajaja... sé lo que piensas, ¡me has pillado!, por otros motivos que te imaginas, también.

Se sacaban selfis continuamente por todo, daba igual en dónde, con quién y haciendo qué, ¿cómo no iba a fotografiarlas? La cuestión era reportar cuán interesantes eran sus vidas, ¿lo eran? ¿Eran sus vidas tan interesantes como querían demostrar? ¿Te contesto? Ya te digo yo que no. Esas fotos solo eran un pulso entre todos para ver quién era mejor, solo un afán de exhibir su soberbia y vanidad.

Las fotos empezaron a dispararse una tras otra, ella se protegió con la mano; según como se movía, a pesar de estar la sala bien iluminada, el flash también se disputaba su momento de gloria. Me levanté despacio y apagué la cámara, ya era suficiente.

—¿Quién eres, hijo de puta? —gritó inútilmente mientras le caía un hilillo de baba manchándole la camiseta.

No es necesario decir que el búnker está insonorizado, podría producirse una explosión dentro y desde afuera no se oiría en absoluto.

Ahora te enseñaré el resto de reglas.

Regla número 6: No es necesario ser grosera. Los tacos no te harán más fuerte. Aquí no.

Me senté de nuevo con tranquilidad en el sofá, observándola, curioso por si diría algo nuevo u original que no hubiese escuchado antes.

—Oye, déjame marchar y no se lo diré a nadie, ¿vale? —mintió dándome asco.

—Jajaja... —me reí sin poder evitarlo.

¿Cómo iba a marcharse y no decírselo a nadie? Si colgaba gratuitamente su vida entera en internet. La secuestraba un tío como yo ¿y no iba a contarlo? Contar una historia así, ¿cuántos seguidores podían ser...? ¿Miles? ¿Un millón? Por Dios, ¿quién iba a creer que cerraría la boca? Yo por supuesto que no. Eso era un insulto a mi inteligencia.

Regla número 7: No mentirás para negociar tu libertad. Si mientes procura que sea creíble.

—¡Te vas a enterar, sabrán dónde estoy, cuándo me llamen y no conteste avisarán a la policía! ¡Me encontrarán y te vas a enterar! ¡Si me dejas marchar, no pasará nada! —Amenazó confundida y simulando tener el control.

La miré conteniéndome la risa, ¿en serio se creía sus mierdas?

Regla número 8: Observa primero a tu alrededor antes de hablar. No soy un puto aficionado.

LA ESCALERA DEL DIABLO. La cara oculta del monstruo (FINALIZADA)Where stories live. Discover now