33

43 11 161
                                    

Elías

Esta mañana he ido a ver a Laia para llevarla al taller. No se ha resistido demasiado, aunque sabiendo qué puntos nerviosos hay que presionar, es suficiente para evitar cualquier tipo de resistencia. He pensado darle cierta libertad a Emma para que practique algunas técnicas.

—¿Qué haces? —pregunta mi ángel, entrando unos minutos después.

—Preparándola, cielo. Estoy impaciente por empezar. ¿Te apetece ayudarme? —le pregunto con una sonrisa, intuyendo cuál será su respuesta.

—Claro —responde mientras se sienta en mi sofá.

Me reúno con ella y me apoyo en el reposabrazos, pasando un brazo por sus hombros.

—Desvístete y cuelga la ropa en esa percha —le digo a Laia, haciendo un gesto con la cabeza para señalarle dónde he dejado el colgador.

Nos mira dubitativa, como si esto no estuviese sucediendo de verdad.

—Vamos, ¿no le has oído? Espabila, no tenemos todo el día —le dice Emma con un tono de voz tranquilo, para mi grata sorpresa.

—¿Ah, no? —le pregunto bromeando.

Nos miramos y nos echamos a reír. En realidad, sí disponemos de todo el día; un día entero para entretenernos, divertirnos, estar juntos y de disfrutar el uno del otro.

—Estáis... locos... — murmura Laia con cara de sorpresa.

La observo en silencio. Poseo una paciencia infinita que a veces me sorprende incluso a mí mismo. En cambio, Emma no puede contenerse. Está empezando y hay habilidades que cuesta desarrollar, la paciencia es una de ellas. Aún no ha aprendido a saborear los pequeños momentos. Cuánto más se resistan e intenten negociar, mayor será tu adrenalina y el deseo por lo que vas a llevar a cabo. Las hormonas del placer no tardarán en liberarse, siempre y cuando no permitas que el estrés se apodere de ti. De lo contrario, echarás a perder una buena sesión de entretenimiento o como quieras llamarlo; para mí, es mi afición.

—Entonces te aconsejo que hagas caso a este par de locos y no los provoques —responde Emma con calma.

Aprende rápido, pienso, mirándola y sintiéndome orgulloso de ella. Laia, como es comprensible, empieza a sentirse incómoda mientras se desnuda y se deja puesta la ropa interior. La observo ladeando un poco la cabeza. Sin decir nada, dirijo la mirada hacia las bragas y el sujetador, y luego la miro de nuevo a los ojos, transmitiéndole mi mensaje sin necesidad de pedírselo. Con los años, he desarrollado la gran habilidad de hacerme entender sin pronunciar una sola palabra.

—¿Todo? —pregunta con reparo.

—Sí, todo —responde Emma en mi lugar.

Mientras Laia se quita con suma lentitud las dos prendas restantes, con la vista fija en el suelo, me sorprende la pregunta que Emma me hace a continuación.

—¿Tienes un hacha, una sierra o algo que corte bastante?

—Mmm... Sí, lo tengo, ¿por? —pregunto con curiosidad.

No estoy seguro de qué estará pensando, pero por lo que me está pidiendo, no hace falta ser un genio para sospechar que no se trata de nada bueno.

—Quiero que ella haga algo, pero no sé si te parecerá una buena idea —me dice Emma, poniendo ojitos para persuadirme.

Tuerzo ligeramente la boca, pensativo, sin apartar la mirada de ella. No albergo dudas de que está maquinando algo contra Laia, aunque en este momento no se me ocurre qué puede ser. Así que, para satisfacer mi creciente curiosidad y no demorarlo más, decido despejar de una vez por todas la incógnita.

LA ESCALERA DEL DIABLO. La cara oculta del monstruo (FINALIZADA)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ