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Emma

Yo no debería estar aquí. Cuando lo he visto recogiendo la ropa de la cama, me he sentido abochornada y me ha resultado humillante, pero ha sido aún peor cuando ha pretendido que saliese de la jaula. ¿Para qué?, he pensado; aunque, por supuesto, no he tenido el valor de preguntárselo ni en sueños. ¿Miedo? Claro que tengo miedo. En las últimas horas he notado que es impredecible, aunque para ser honesta, no es así. Era del todo previsible que si intentábamos escapar, él lo iba a impedir. ¡Qué estúpida! He perdido el control sobre mí misma: tengo que estar encerrada en contra de mi voluntad; debo pedirlo todo como ir al baño, o las compresas que necesito; alimentarme cuando él nos trae algo y si nos portamos mal, por así decirlo, nos castiga sin comer como si fuéramos niñas que hay que reprender de algún modo. Todo esto hace que sea yo la que se siente impredecible.

Le he obedecido sin dudar, no quiero tentar a la suerte. He abandonado la jaula cuando me lo ha pedido, y al levantarme he intentado disimular la mancha de mi pantalón, tapándola con las manos. Al pasar por delante de él, deseaba que la mancha no se viera por detrás, aunque creo que por esa parte no se ha extendido; así que me parece que no se ha dado cuenta. Cuando he visto que me hacía salir de la habitación dónde estamos, Bea y yo, me he quedado de piedra, quería darme la vuelta y volver corriendo a mi jaula como un conejo a su madriguera. No he podido dejar de preguntarme: ¿A dónde me lleva? Me he cagado de miedo, siento la expresión ya que no me gusta ser mal hablada, pero es lo que he sentido en ese justo momento.

A ratos, vislumbro cierta compasión en sus ojos, aunque eso no significa que pueda olvidarme de quién es: un hombre al que no conozco de nada y que encierra en su interior una agresividad, que si no le da rienda suelta contra nosotras, es porque no le da la gana, no porque no pueda. Estamos a su merced. Así que he hecho tripas corazón y he seguido por dónde él me ha dicho.

Para mi sorpresa me ha llevado a un cuarto de baño. Las paredes y el suelo son de color blanco. En un mueble hay dos lavabos con una encimera de mármol de un color rosado muy claro; encima de ellos, dos grandes espejos redondos decoran la misma pared. En un rincón hay un armario con puertas de cristal, en él se pueden ver las toallas dobladas y colocadas por colores de forma ordenada; a su lado, hay una banqueta de madera a juego con el armario. Los otros dos rincones están adornados por un par de plantas, sus grandes hojas verdes contrastan con el blanco de toda la estancia. Las luces proyectan una claridad que, al reflejarse en los colores pastel, recuerda a la luz natural; entonces me doy cuenta de que no hay ni una ventana, aunque sí rejillas de ventilación. Podría asegurar de que esa decoración es para contrarrestar la falta de luz diurna. En la situación en la que estoy, me sorprende de que todavía pueda fijarme en estos detalles.

Cuando se queda plantado en el cuarto de baño, no puedo dejar de pensar que: ¡ni en broma se debe creer, que me voy a desnudar delante de él! ¿No? Se apoya en la encimera cruzándose de brazos y me asegura que no va a mirar. Ya, yo voy y me lo creo, seguro. Así que abro todos los grifos con el agua caliente. Mi intención es que el vapor que desprende, empañe el cristal de la mampara, de modo que impida la visión a través de ella. Mientras, me quito las zapatillas y los calcetines. Cuando observo que ya no se puede distinguir la grifería de la ducha a través del cristal, entro vestida. Después, antes de empaparme, me desnudo con habilidad y tiro la ropa fuera por la parte superior de la mampara. Es una delicia sentir como el agua se lleva la suciedad, el sudor y los fluidos corporales. No sabría decir a qué huele el jabón, a limpio supongo, pero su fragancia resulta muy agradable. La ducha me está sentando de maravilla y no veo el momento de salir; la necesitaba como el comer. Lo que me inquieta, es el hecho de que yo estoy aquí desnuda y él está ahí fuera, no me fío. Prefiero no tentarlo, no le dé por venir a sacarme; así que decido salir antes de que se le agote la paciencia. No consigo alcanzar la toalla, por más que alargo el brazo, por el hueco que he abierto de la mampara; de pronto, la noto en mi mano y le agradezco que me la haya dado. Me envuelvo con ella. Cuando salgo, me parece todo un detalle que me esté esperando de espaldas. Me señala la banqueta sin decir nada y veo que me ha dejado ropa limpia. Intento pedirle una vez más las compresas y antes de que pueda terminar de hacerlo, me corta y se va a buscarlas.

LA ESCALERA DEL DIABLO. La cara oculta del monstruo (FINALIZADA)Where stories live. Discover now