36

32 11 60
                                    

Emma

Han pasado algunos días y Elías no ha vuelto. He pensado en pedir ayuda. Elías me dijo que tardarían en localizarme, pero que lo harían. Al final, no lo he hecho. ¿El motivo? Sigo esperándole. Sé que es absurdo. Si lo han detenido, no volverá. La cuestión es que no sé si quiero salir de aquí. En alguna ocasión he sentido la tentación, pero aun así, he decidido no hacerlo. A ratos me siento detrás de la puerta que hay al final de la escalera y escucho con atención por si oigo algún ruido al otro lado. Incluso he llegado a pensar que tal vez Elías me ha abandonado aquí abajo para dejarme morir y no tener que matarme él. Sin embargo, recuerdo, o al menos creo recordar, que me dijo que no me haría sufrir; así que de nuevo descarto esta idea, porque sí estoy sufriendo, y mucho. No solo por la falta de comida, sino por su ausencia. No lo soporto más, quiero verle. No sé cuántos días han pasado desde que se marchó. Aunque miro la fecha en el ordenador, me cuesta procesar la información y pierdo la cuenta. No consigo concentrarme y me siento como un espectro deambulando de un sitio a otro.

Laia está muy mal. He ido cambiando el suero y curando su herida, pero su estado es cada vez más débil. Me temo que va a morir. Quería mantenerla con vida para Elías, pero ya no sé qué hacer. El antibiótico oral se ha terminado  hace días.

Me duele el estómago, a ratos no veo bien y me cuesta enfocar. La sensación de mareo es constante. Rebaño las latas de comida de Black con el dedo. En alguna ocasión, le he robado una cucharadita, no he podido resistir la tentación.

Entro en el taller y le destapo las piernas a Laia. Es muy delgada, pero algo es algo, no puedo más.

—Lo siento, pero tengo que hacerlo —le digo.

Por suerte, pasa más tiempo inconsciente que despierta. Cojo un bisturí y empiezo a retirarle la capa de piel lo más fina posible. No lo hago demasiado bien debido a que mi visión comienza a ser borrosa y me cuesta enfocar correctamente. La pierna sangra de forma considerable y oigo a Laia quejarse, aunque apenas tiene fuerzas para moverse. Sus lamentos son extraños, parecen de ultratumba. Continúo cortando, pero me estoy mareando, debo apurarme. Cojo el cuchillo de carnicero y corto sin miramientos pedazos de carne.

Siento calambres en el estómago y me llevo un trozo a la boca. Tenía intención de cocinarla como le vi hacer a Elías, pero ya no puedo más. Me da igual, después de todo, hay gente que come steak tartar, un plato principal que cosiste en carne cruda condimentada y suele acompañarse de verduras.

¿Eres un steak tartar, Laia? pienso para mis adentros mientras empiezo a reír de forma frenética. El sabor metálico de la sangre me provoca arcadas y pronto llega el vómito. Mierda, no, no quiero vomitar, no puedo desperdiciar lo único comestible que me queda... Empiezo a llorar de nuevo, me paso el día llorando. Esta vez, la sangre de Laia que me cae por la comisura de la boca se mezcla con el vómito, las lágrimas y los mocos, lo que me produce más arcadas y espasmos de nuevo. Apoyo la espalda en la pared y me deslizo hasta sentarme en el suelo. Respira despacio... aunque sea poco aire, pero despacio... pienso como si fuese Elías quien me hablara. Me giro y miro su sillón, su preciado sillón donde se sienta a contemplar cómo se despiertan sus presas.

—¡Elías, has vuelto! Pero ¿cuándo? ¡No te he oído entrar! —intento exclamar con alegría, pero solo consigo un susurro. ¡Elías está en su sillón!

Intento levantarme, pero me fallan las fuerzas, así que para llegar más rápido gateo hacia él. Me mira con esa sonrisa suya que te deja sin aliento, pero cuando llego y lo abrazo, me doy cuenta de que estoy abrazando el cojín del sillón.

—¿Elías? ¡Elías! —grito con desesperación, rompiendo a llorar.

Me quedo perpleja, reflexionando sobre lo que acaba de pasar. Creo que estoy teniendo alucinaciones. Me levanto sujetándome en el sillón y, con paso inseguro, me acerco de nuevo a la mesa. Cojo otro pedazo de carne y lo engullo dispuesta a no vomitar esta vez. Laia entreabre los ojos y, al verme, mueve los labios para decir algo pero no alcanzo a escucharla. De pronto, se dispara la alarma del monitor con un sonido agudo y persistente. Me tapo los oídos con las manos mientras mi mente no deja de repetir: No... no, no te mueras.

Estiro el cable de alimentación del aparato para qué deje de hacer ruido, y el silencio se impone sin piedad. Reanudo el trabajo cortando trozos de carne de dónde puedo, los coloco en una batea y los llevo al refrigerador. Cuando regreso, Black se ha subido a la mesa y está lamiendo la pierna de Laia. Me voy al cuarto de limpieza a buscar la fregona, quiero recoger el vómito. El olor es muy desagradable y quiero dejarlo todo limpio ya que a Elías no le gusta la suciedad. Así que recojo todo lo que puedo.

Quiero ir a cambiarme, pero Laia ha muerto. Si no me doy prisa en cortar todo lo que pueda ser consumido y lo guardo en la nevera, se estropeará. Podría darle la vuelta, pero apenas me quedan fuerzas. ¿Y el cerebro? Sí, el cerebro vi cómo Elías lo cocinaba. Busco el puto taladro y abro el cráneo sin miramientos. Una vez los sesos quedan al descubierto, los saco de ahí y los llevo enseguida al frigorífico.

Me dirijo al baño para ducharme y cambiarme de ropa. Al observarme en el espejo, no me reconozco. Antes estaba delgada, pero ahora soy un esqueleto cubierto de piel. Me ducho a cámara lenta y arrastro los pies en lugar de caminar. Entro en la sala de ordenadores y abro el cajón en busca de mi teléfono móvil, pero descubro que está sin batería ya que olvidé conectarlo. Con pereza y hastío, rebusco en el cajón moviéndome con gran esfuerzo; cada movimiento me resulta muy pesado. Conecto el móvil y me siento en la silla, a esperar que adquiera algo de carga antes de encenderlo.

Creo que me he quedado dormida. ¿Qué iba a hacer? Ah, sí... ver si había algún mensaje de mi padre. Cojo el teléfono y veo que está al 60 % de carga. ¡Mierda! La contraseña para desbloquear la pantalla... ¿Cuál era? ¿Mi fecha de nacimiento? Introduzco los números y el resultado es: Código incorrecto. Me quedan dos intentos. A ver... ¿Elías? No, aún no lo conocía, seguro que no es ese... De repente, Black se sube en mi regazo. Él también está más delgadito, ya que he tenido que racionarle un poco más la comida. ¡Black! ¡Sí, ese es! Introduzco el nombre y se desbloquea. Compruebo si papá me ha enviado algún mensaje, pero no hay nada... ¿Nada? ¿En todo este tiempo ni un solo mensaje?

Papá, ¿todo ok? —tecleo para enviarle un mensaje por WhatsApp.

Hola, cielo, todo ok. Estoy en el aeropuerto, te cuento luego —responde para desconectarse de nuevo.

En un ataque de rabia, lanzo el móvil contra la pared. ¡Le importo una mierda, no pienso pedirle ayuda! Si me llego a morir, vivirá con el puto remordimiento de por vida. Mientras su hija se moría encerrada, quién sabe dónde, él se revolcaba y se lo pasaba en grande con esa zorra. En la pantalla del ordenador veo el último juego con el que me entretuve. Creo que han pasado varios días, no recuerdo muy bien de qué trataba. ¿Cómo se jugaba?

Da igual, regreso a la sala del taller. Black sigue encima de Laia, lamiendo y tirando pequeños trozos de carne adheridos al hueso. Me siento en el sillón de Elías y me acurruco, estoy helada. No sé por dónde se regula este puto aire glacial. No importa, tengo mucho sueño y lo único que quiero ahora es dormir.


Próximo capítulo:  Jueves 13 de julio.

LA ESCALERA DEL DIABLO. La cara oculta del monstruo (FINALIZADA)Onde histórias criam vida. Descubra agora