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Elías

Sofía entra con una sonrisa cómplice de oreja a oreja, cerrando la puerta tras de sí. Trae consigo una bolsa de deporte colgada de su hombro y la deja en una silla que acerca a mi lado.

―¡Hola! Ya estoy aquí y creo que te encantará lo que te he traído ―me dice con evidente entusiasmo.

Empieza a sacar cosas de la bolsa, echando discretas miradas por encima de su hombro para asegurarse de que nadie entre por la puerta.

―Mira, te he pillado un megabocata de pan con tomate, lomo, queso y beicon que he conseguido en la cafetería ―me muestra un bocadillo envuelto más grande que su brazo y lo deja encima de la mesa―. Y como postre, aquí tienes un trozo de tarta de chocolate, aunque puede que se haya aplastado un poco. ¿Te gusta el chocolate? ―me pregunta y apoya la punta de su lengua en el labio superior.

―Me encanta el chocolate, Sofi ―le digo con una sonrisa.

―¡Genial! ―exclama ella―. También tengo un paquete de tortitas de arroz para matar el gusanillo. He oído que el arroz va bien para los músculos ―me explica mientras coloca el paquete sobre la mesita.

Asiento con la cabeza, conteniendo una sonrisa. No voy a arruinar su entusiasmo mencionándole que en las dietas suelen incluir arroz hervido en lugar de las tortitas de arroz. Lo importante para mí es su intención y estoy seguro de que me vendrán mejor que el puré aguado e insípido del hospital.

―Y ahora... el regalo estrella ―anuncia triunfante.

―Regalo estrella ―repito yo con curiosidad.

―Sí ―afirma satisfecha―. Iba a traerte un libro o una revista, pero no sé qué género te gusta, así que te he traído el periódico. En él sale lo de tu accidente, puede que te ayude a recordar algo ―me dice guiñándome un ojo.

―Muy buena idea ―digo sonriéndole. Realmente creo que puede ser útil, tal vez haya alguna foto adjunta y reconozca el lugar, eso podría ayudarme a recordar.

―Y aún hay más, te he traído crucigramas. Dicen que ejercitar el cerebro es de mucha ayuda. Además... ¡te presto mis pesas! Son solo de medio kilo cada una, pero como estás pocho, de momento te servirán ―me dice con total confianza.

―Estoy pocho ―repito para asegurarme de que ha dicho eso.

―Sí, estás pocho ―me confirma Sofi―. Y también traje mis bandas elásticas de resistencia. Cuando estés bien, ya me las devolverás. Así no desharás la cama, que luego tengo que volver a arreglarla ―dice con tranquilidad.

―Ah, perdona, no pensé... ―empiezo a decir.

―Perdonado, no te preocupes ―dice haciendo un gesto con la mano―. Bueno, ¿qué te parece? ―pregunta con cara de satisfacción.

Miro la mesa llena de cosas, el bocadillo ha quedado sepultado debajo de todas ellas. La miro con una sonrisa, pensando que esta chica vale oro, es un sol.

―Sofi... Debo admitir que has superado a Doraemon, eres increíble ―le digo con una sonrisa.

―Hala, ¿a ti también te gusta Doraemon? ―pregunta con cara de sorpresa.

―Me encanta ―contesto riendo.

Cuando se dispone a marcharse, la retengo suavemente por la mano, lo que la hace sonrojar.

―Por cierto, Sofi, muchas gracias, eres un encanto. No cambies, ¿vale?

―Vale y... de nada ―responde con cierta timidez.

―¡Ah, una cosa más! Dime que te ha costado todo y en cuánto salga de aquí te lo pagaré.

―No es necesario, Elías. Hemos hecho un fondo entre todos. Le salvaste la vida a dos personas, es lo menos que podemos hacer ―dice mientras la suelto para dejar que se vaya.

LA ESCALERA DEL DIABLO. La cara oculta del monstruo (FINALIZADA)Where stories live. Discover now