7

104 24 232
                                    

Me voy directo a la sala de informática. Está equipada con todo lo necesario para realizar mis investigaciones. Tengo a mi disposición tres ordenadores de gran potencia, memorias externas y un par de portátiles por si tuviese que desplazarme. Todo lo que puedo necesitar a nivel informático lo tengo aquí. Arriba, en casa, tengo mi ordenador personal, pero no lo uso para las investigaciones por motivos de seguridad.

Conecto las cámaras y el audio del calabozo para poder visionar y oír en directo, mientras me dejo caer en la silla. Me siento consternado. Tengo que reconocer que no quería que Emma me viese la cara. Ni me acuerdo de haberme quitado el pasamontañas, aunque ella ni siquiera se ha inmutado. No he notado ningún atisbo de sorpresa, asco ni repulsión en su rostro. En ningún momento ha apartado incómoda la mirada, tampoco ha dado la sensación de evitar ver algo, sencillamente me ha mirado como si no tuviera media cara quemada, como si fuese normal. No he sido consciente de que la llevaba descubierta hasta que esa niñata se ha puesto como una loca.

—Es asqueroso, un monstruo y nos tiene aquí —oigo que dice Beatriz llorando.

—No digas tonterías, solo es una cicatriz, un poco grande, sí, pero al fin y al cabo es solo eso, una cicatriz —dice Emma intentando calmarla.

—Pero ¿qué nos hará? ¿Tú sabes quién es? —le pregunta Beatriz, acercándose al lado más próximo de Emma dentro de la jaula.

Emma hace lo mismo, se pone en la celda lo más cerca posible de Beatriz y se sienta en el suelo para estar a su altura.

—No lo sé, no sé quién es. Te he visto en el maletero, supongo que se ha dado cuenta y por eso estoy aquí —le explica Emma. Noto cierta resignación en su voz.

Sigo la conversación sin perder detalle mientras Beatriz pregunta:

—¿En serio, tía? ¿Y a mí por qué me ha cogido? ¿Será uno de esos violadores que se toman su tiempo? Los hay que retienen a sus víctimas durante varios días y luego cuando se cansan las matan.

—No lo sé, supongo que todo es posible, pero no me parece que sea un violador. La verdad es que tampoco sé el aspecto que tienen, si tuviesen uno específico, me imagino que nadie en su sano juicio se les acercaría —comenta Emma. Parece preocupada. Aunque, por supuesto, no me extraña.

—Oye, ¿tú crees que si le pedimos que nos suelte, se lo pensará? —pregunta Beatriz—. ¿Y si le decimos que haremos cualquier cosa a cambio de que nos deje salir, que no se lo diremos a nadie? —propone, como si hubiese tenido una buena idea.

—Lo dudo mucho —se limita a decir Emma.

—¿Por qué? Puede salir bien, ¿no? —insiste Beatriz.

Esta tía es tonta, pero ¿no se oye? De verdad, a veces me sorprenden las pocas luces que tienen algunas.

—No, no saldrá bien. Mira dónde estamos. ¿De verdad te piensas que un sitio como este es de alguien que se echa atrás? —le responde Emma.

—Pero si le decimos que puede hacer lo que quiera...

—Es que puede hacer lo que quiera. Y ya te dije antes que no des ideas. Por cierto, yo soy Emma. ¿Y tú?

—Beatriz, pero llámame Bea.

—¿Quieres agua, Bea? Antes él iba a dártela, pero cómo te has puesto a chillar...

—Vale, ¿llegarás?

—Si te la tiro sí, pero intenta cogerla. Si rueda por el suelo, igual luego no llegamos a pillarla de nuevo. ¿Preparada?

—Vale.

Emma le lanza con cuidado la botella a Bea con éxito. Beatriz bebe con avidez, casi se atraganta. Me quedo pensativo después de oír la conversación. No sé muy bien qué pensar de Emma. La veo muy serena por la situación, pero también cabe la posibilidad de que lo esté llevando por dentro. Sin embargo, voy a empezar la investigación sobre ella. Algo tiene que haber y si lo hay, soy la persona indicada para encontrarlo.

LA ESCALERA DEL DIABLO. La cara oculta del monstruo (FINALIZADA)Onde histórias criam vida. Descubra agora