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Elías

Mientras Emma limpia el taller, voy un rato a la sala de ordenadores. Me conecto a las últimas noticias, aunque sé que lo que voy a encontrar no va a cambiar mi mal humor, sino todo lo contrario. Me conviene estar bien informado sobre los últimos avances de la investigación. Aunque se haya declarado secreto de sumario, siempre se filtra alguna que otra información.

Continúa la investigación de los tres adolescentes. Se descarta que las desapariciones hayan sido voluntarias.

Vaya... bueno, era de esperar. No es la primera vez que investigan alguno de mis secuestros, así que debo mantener la calma. En diez años nunca han dado conmigo, ahora no tiene por qué ser diferente; aunque hasta la fecha, no había introducido una variable con nombre propio: Emma. Me paso la mano por la nuca para liberar la tensión acumulada y me estiro en la silla, pensativo. Hay un interrogante que me taladra el cerebro día tras día: ¿qué haré con ella?

Me dirijo a la cocina y cuando paso por el taller, a través de la rendija de la puerta, veo a Emma con guantes, limpiándolo todo con esmero. El olor a lejía es muy intenso y se percibe desde el pasillo. Me asomo por la puerta y ella da un respingo al verme, esa reacción me parte el alma. Al mirarme, noto que ha estado llorando y detecto un cierto temor en sus ojos. Siento que se me fue la mano y la asusté de verdad. Laia está con los ojos cerrados y veo que Emma también le ha limpiado la sangre de la cara.

—Ángel, tienes mascarillas en el segundo cajón. Ponte una, no quiero que respires tanta concentración de lejía, es muy irritante para el tracto respiratorio. En el mismo cajón también encontrarás gafas protectoras —le digo en un tono suave.

Sin decir nada, Emma abre el cajón y se pone una mascarilla. Después se acomoda las gafas hasta que se asegura que no se empañen al respirar. Acto seguido, continúa con su tarea sin pronunciar palabra.

Me dirijo a la cocina para revisar la despensa y el frigorífico. Han pasado algunos días desde que fui a comprar, por lo que es probable que las reservas estén agotándose. Después de revisar los distintos armarios de la cocina y la nevera, verifico que necesito hacer la compra, apenas queda algo. Así que regreso al taller y le pido a Emma que salga un momento.

—Ángel, ¿puedes salir un momento? —le pregunto asomándome de nuevo por la puerta.

Una vez más, Emma se sobresalta y acude enseguida. Al tenerla cerca, percibo algún hematoma en su cuello que coincide con el tamaño de mis dedos. Al acercar mi mano a ella, se asusta y retrocede un paso. Avanzo hacia ella hasta que se encuentra con la pared y no puede alejarse más. Vuelvo a acercar mi mano a su cuello, pero ella gira la cabeza apartando la mirada. Con suavidad, acaricio los hematomas con el pulgar mientras dejo escapar un suspiro.

—Lo siento —le digo mientras sujeto con suavidad su mentón y giro su cabeza hacia mí.

Emma, en silencio, evita mi mirada.

—Emma, mírame, por favor —le pido en voz baja.

Cuando me mira, veo temor en sus ojos, algo que hasta ahora no había sucedido y que he provocado en cuestión de minutos. Desde que la traje aquí, es la segunda vez que le pongo la mano encima de este modo, pero esta vez ha surgido el miedo. Dicen que no hay dos sin tres y eso me inquieta. Le prometí que no la haría sufrir y el hecho de dejarla con un hilo de aire mientras la estrangulo, parece alejarme significativamente de esa promesa.

—Lo siento Emma, pero soy lo que soy. Esto no debería haber ocurrido. Te aseguro que no volverá a pasar.

Me mira en silencio, y siento que sus ojos verdes abrasan mi alma. Son su venganza y mi perdición.

LA ESCALERA DEL DIABLO. La cara oculta del monstruo (FINALIZADA)Where stories live. Discover now