Capitulo 31: La mansión en el campo

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La oscuridad que inundaba su fría habitación, además de la tenue luz blanca que se colaba por la puerta abierta hizo que a sus ojos aquellas orbes grisáceas parecieran familiarmente tétricas.

Por un sólo instante, se veía a ella misma parada en un pasillo mientras una figura silenciosa con ropa sencilla y un sombrero tipo vaquero, pasaba cual serpiente a su lado. Su expresión juvenil, flaqueó de la perplejidad al terror en cuanto ese hombre detuvo su andar para dedicarle una cínica sonrisa y luego seguir su camino por las escaleras, como si nada hubiera pasado.

Mas no era aquello lo que la había aterrorizado, era la cuchilla ensangrentada en la mano de Kenny junto a aquellos ojos grisáceos brillando ante el reflejo de los focos del pasillo. Ella corrió, corrió a la única habitación que estaba al fondo del largo pasillo hasta abrir la puerta y toparse con aquello que temía.

Su garganta se secó y su corazón pálpito con penumbra, a su vez que sus rodillas flaquearon para dejarla caer al suelo frente a aquel cadáver ensangrentado a mitad de la habitación. Manchando sus manos limpias con el líquido rojizo que emanaba del fallecido hombre, sus lágrimas se mezclaron su sangre y su apretaba con pena la camisa ensangrentada.

En ese instante, con las lagrimas en sus mejillas sólo alcanzó a decir una sola cosa con un hilo quebrado de voz.

— Asesino... tú también eres un asesino, Ackerman. Ambos lo son. 

Aquel recuerdo pasó cual corrientazo por la memoria de Lynne, sosteniendo su cabeza con pesadez sin denotar en la niña asustada tirada en el suelo, viéndola con los ojos humedecidos ante la necesidad de llorar.

La puerta fue abierta completamente a sus espaldas, ninguna había logrado oír los pasos procedentes del pasillo hasta que la figura de Kiyomi entró a la habitación para auxiliar a Lynne y tomarla con firmeza de los hombros.

— Está ebria. — Comentó.

— Aléjate, aléjate de mí...

Algunos miembros del personal entraron a la habitación, fue una mujer quien se encargó de ayudar a levantar a la niña en cuanto Kiyomi se lo ordenó con una simple mirada mientras todavía forcejeaba con la mujer.

A pesar de que la mujer era mayor, poseía una increíble fuerza que fue capaz de sostener los corpulentos brazos de Lynne desde sus espaldas. Sosteniendo el agarre con fuerza.

La adrenalina que corría por la sangre de la mujer comenzó a decaer en cuanto el agarre fue lo suficientemente fuerte como obstruir su respiración, razón por la que detuvo su forcejear. Cediendo únicamente al llanto desamparado.

— Gelgar.... Gelgar — Fue lo único que salió de su boca, sintiendo el aflojar en el agarre y ahora los brazos de su captora tomándola en su regazo para abrazarla.

— Estoy aquí, estoy aqui. — Repitió Kiyomi a su sobrina, pasando su mano pálida sobre su cabellera castaña con delicadeza, procediendo a ver a la niña.— ¿Te encuentras bien, cielo?

Pero ella no respondió la pregunta, veía atónita a su madre llorar desgarradamente sobre el hombro de su tía abuela.

— Mamá... ¿Mami? — La llamaba, tal como si hace unos momentos no estuviera incada en el suelo con miedo.

Claramente, la desdichada no la escuchó.

— Ella estará bien, sólo se siente un poco mal. Regresa a tu habitación, dentro de poco llegará tu profesor. — Claramente Kiyomi intentaba ocultar la situación con un tono dulce de voz, procediendo ahora a ver a la mujer junto a la niña.— Llévate a la niña a comer algo a la cocina y prepárala para sus clases, luego iré a verla.

Viejas heridas Where stories live. Discover now