Capítulo 3

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Empezaba a vencer a las agujetas.

Se dio cuenta una noche, cuando se estiró perezosamente al salir de la ducha y los músculos de sus hombros no protestaron como hasta entonces.

Había pasado la tarde anterior lavando una interminable montaña de sábanas, toallas y ropa de trabajo; allí no parecía haber de otro tipo. Ahora su propia ropa se amontonaba, arrugada, sobre la butaca de su dormitorio. La colada nunca había sido su fuerte.

Sacudió su uniforme y observó las arrugas que ahora lo atravesaban. Resopló y se puso a buscar la pequeña plancha de viaje que solía usar para planchar los trajes; debía de seguir en algún rincón de su maleta.

La enchufó y la dejó sobre la mesa del salón. Sospechaba que nadie lo regañaría allí por ir con el uniforme mal planchado, pensó con sorna. Pero había costumbres difíciles de perder.

Estiró el pantalón sobre la mesa del salón y agarró la plancha, ya caliente.

Un ruidoso chispazo lo sobresaltó; las luces se apagaron limpiamente, y dejó caer la plancha. Se había quedado a oscuras.

Oh, mierda.

Buscó a su alrededor; sus ojos tardaron varios segundos en acostumbrarse a la oscuridad. Un golpe en la puerta lo hizo saltar.

—¿Louis? —Era la voz de Doreen. Llegó a tientas hasta la puerta y la abrió; un rayo de luz blanca lo cegó durante un segundo antes de bajar hasta iluminar sus pies.

—¡Oh, lo siento! —Doreen empuñaba una linterna de aspecto pesado—. ¡Ven! Tenemos que bajar, se ha ido la luz.

—Ha sido culpa mía —balbuceó al instante.

—Oh, no digas eso. —El rayo de luz de Doreen tembló peligrosamente hacia la puerta; empezaba a desear tener la confianza suficiente como para quitarle la linterna.

—No, en serio. Creo que ha sido mi culpa —insistió, pero Doreen no lo escuchaba. Lo condujo escaleras abajo como si no fuera ella la que se balanceaba sobre pasos precarios por los rellanos oscuros.


En el recibidor, con velas encendidas en las manos, los hermanos y dos mujeres de aspecto malhumorado escuchaban instrucciones de un Niall impecablemente vestido que ni siquiera parecía haberse ido a la cama en ningún momento. Reconoció a Nelly y la otra, rubia y despeinada, le sonrió al verlo.

—Tú eres Louis, ¿verdad? Soy Ellie. Es una presentación... inusual.

Asintió con rigidez. Nelly ni siquiera lo miraba.

A esto lo llamo yo empezar con buen pie.

—Encantado. —Apenas oyó su propia voz.

—¡Louis se ha asustado mucho! —la exclamación de Doreen lo sacó de la confusión para meterlo en otra—. He tenido que ir a buscarlo.

Frunció el ceño para corregirla y salvar algo de dignidad, pero no le dio tiempo. Harry se abalanzó sobre él.

—¿Qué has enchufado? —exigió.

—Déjalo en paz —dijo Matt antes de que pudiera abrir la boca—. No sabemos de quién ha sido la culpa.

Inspiró.

—No. Ha sido mía —admitió—. Enchufé una plancha.

Se hizo un pequeño silencio.

—¿Qué quieres decir con que has enchufado una plancha? —El enfado de Harry parecía ir en aumento; podía ver su mandíbula tensa y su ceño fruncido incluso con la agónica luz de la lámpara de Doreen moviéndose continuamente.

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