Capítulo 20

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El jardín quedaba ensombrecido por la casa durante la mañana, así que era una de las pocas zonas donde la hierba parecía haber sobrevivido al abrasador verano de Texas que ya daba sus últimos coletazos. No se atrevía a preguntar si tenían algún tipo de riego automático—había oído la cantidad de motes y sobrenombres que los vaqueros usaban para bautizarse entre ellos, y sabría que pasarían a llamarlo "aspersores" para el resto de la eternidad. Y "Nueva York" era suficiente como apodo, muchas gracias.

Estaba colgando a secar las sábanas que había aprendido a blanquear con vinagre y limón bajo la severa dirección de Doreen, que había puesto el grito en el cielo al oírle decir que sólo sabía utilizar el perfumado detergente industrial que Niall controlaba con ojo crítico y encargaba con una organización que rayaba la ansiedad.

Un hombre moreno apareció en el jardín cuando ya estaba acabando, y no era Harry. Se quedó mirando sus andares todavía sosteniendo el último almohadón. Era alto y delgado, y lo veía tan a menudo charlando con veterinarios que había asumido que era uno. Allí no llevaban bata blanca, sino los tejanos y las camisetas desgastadas que también llevaban todos los demás.

—Louis, ¿verdad?

Asintió.

—Tú eres... Jim —probó, y él sonrió.

—Bingo. ¿Puedes avisar a Harry de que ya ha llegado el herrador?

—Claro. ¿Está dentro?

Él dudó.

—No, no... lo sé —admitió.

Frunció el ceño, pero asintió.

—Se lo diré.

—Gracias.


Harry no estaba en la planta baja, y ni siquiera se molestó en mirar en los pisos de arriba. No lo encontró en los establos, pero había alguien en el granero, revolviendo entre los sacos de un serrín especial que utilizaban donde dormían los caballos.

Se acercó con cautela. No era Harry; era Nathan, que le dedicó una sonrisa.

—Hola. ¿Qué necesitas?

Negó con la cabeza.

—Estoy buscando a Harry.

—Cuánto lo siento.

Louis parpadeó.

—¿...Lo has visto? —probó de nuevo. Él señaló a sus espaldas.

—Está atrás. Puedo ayudarte yo si lo necesitas.

No, no creo que puedas.

—Gracias —murmuró mientras salía.

Harry estaba hablando con dos vaqueros. Uno de ellos ni siquiera llevaba camiseta; gracias al cielo que no era atractivo en absoluto. Los dos estaban tan quemados por el sol que empezaba a dudar si sabrían que la crema de protección solar se había inventado, setenta años atrás. Los dos se afanaban por convencerlo de algo, y a juzgar por la tranquilidad pétrea en el rostro de Harry, no iban a conseguirlo.

De hecho, Harry echó a andar sin responderles en cuanto lo vio. Se quedó a escasos dos pasos, como si supiera lo bonitos que se veían sus ojos verdes bajo los rayos del sol.

—No traes agua —murmuró.

Dudó.

—...Puedes seguir hablando con ellos —dijo en voz alta—. No es urgente.

Country roadsWhere stories live. Discover now