Capítulo 42

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Había llegado el día que Louis tanto había temido; hacía demasiado frío como para jugar al ajedrez en el porche.

Ya estaba nevando. El aire ya se le pegaba en las pestañas, gélido, en cuanto el sol desaparecía en el horizonte, y Louis podía ver su aliento cuando abría las ventanas. Los caballos no parecían molestos en absoluto, pero había visto subir el nivel de ropa de los vaqueros hasta conseguir ver a Harry con camisas gruesas de franela. Doreen mantenía la chimenea del piso de abajo encendida desde que se levantaba hasta que subía a su buhardilla, y era un auténtico dolor de cabeza mantener el suelo del salón sin restos de ceniza.

Pero nada de eso era lo peor. Lo peor era que ya no podían jugar al ajedrez en el aire templado del porche, adivinando luciérnagas en el jardín y viendo las estrellas.

Recogió el mantel, salió a sacudirlo, apresurándose para exponerse el menor tiempo posible a las ráfagas heladas, y tropezó en algo blando y aparatoso que había amontonado sobre los tablones del porche hasta golpearse con la barandilla.

Eran unas chaparreras, por supuesto.

—Harry —llamó en voz alta, con los dientes apretados—. ¡Harry!

Sacudió una en el aire en sus narices en cuanto apareció, y él retrocedió un paso, confundido.

—¿Qué...? Son mías.

—Casi me mato contra la barandilla porque no sabes colocarlas en su sitio.

—Tenían polvo.

—Bien. Por eso te las quitas en el granero.

—Olvidé quitármelas.

—¿También olvidaste el camino de vuelta?

—¡Llegaba tarde a cenar! —Se inclinó y rozó su pantorrilla con los dedos—. ¿Te has hecho daño?

Se sacudió su mano de encima.

—No —dijo en voz alta, pero sonaba lastimero—. Tienes- ¿Se puede saber por qué no puedes dejarlas en otro sitio?

—Lo siento. —Louis se estremeció bajo el fantasma de sus dedos—. Las dejaré en el granero.

Le dedicó un mohín.

—Ya dijiste eso la última vez —murmuró, pero dejó que lo ayudase a entrar en la cocina y agarrase el mantel de sus manos—. Tengo que barrer la cocina —protestó, y Harry sacudió la cabeza.

—Barro yo. —Aún sonaba en tono de disculpa—. Monta el tablero.

Louis obedeció; empezaron la partida en silencio, pero no tardó en hablar. Harry siempre dejaba que empezara él.

—Lo que dijo Faith... —La mirada de Harry se encontró con la suya—. En el bar.

Él soltó el aire. Movió en su turno con una expresión exasperada tan profunda como falsa.

—Si intentas que vayamos a esa estupidez medieval... —amenazó, pero lo acalló con un gesto.

—No es eso. Lo que dijo antes. ¿Por qué "se alegró mucho" de que seamos amigos?

Harry le dedicó una mirada inexpresiva.

—¿Preferías caerle mal?

—No, me- me refiero a que es una forma extraña de decirlo.

—¿De decir el qué?

—Decir "me alegro mucho" cuando te presentan a un amigo.

—¿Por qué?

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