Epílogo

7.9K 1K 464
                                    




Sire lo perseguía allá donde iba, dentro y fuera de la casa.

Harry había puesto los ojos en blanco al oír su nombre, y luego lo había negado. Era el nombre más neoyorkino que había oído nunca, había acabado admitiendo, pero el maldito perro era suyo, así que podía hacer como le placiera.

Doreen había puesto el grito en el cielo e inmediatamente había prohibido la entrada de perros en su cocina, su tiempo para aspirar las alfombras había aumentado ligeramente, y ahora tenía un compañero permanente pisándole los talones. Sire todavía estaba absolutamente aterrorizado de los caballos, que le dedicaban una indiferencia glacial cada vez que se acercaba, pero adoraba a Louis y había conseguido derretirles el corazón a todos. Los vaqueros le hacían carantoñas, Ellie le daba pedacitos de jamón asado a escondidas, y Niall había hecho un encargo de juguetes de perro con entrega de máxima urgencia.

Pero ahora estaba durmiendo, así que estaba solo. Harry se había pasado toda la mañana organizando el transporte de los caballos con Matt; habían acabado haciéndolo juntos como costumbre, porque nadie más conocía a los caballos tan bien como para saber cuáles se pelearían si tenían que compartir compartimento al viajar.

Estaba muy orgulloso de él, y lo conocía lo suficiente como para saber que se había lanzado a los establos nada más terminar, ansioso por ensuciarse las manos. No tenía ni idea de qué había hecho toda la tarde; lo había visto subido a Whiskey desde la ventana de la cocina, dirigiendo un grupo de terneros que no querían meterse en los establos, y poco más.

No le preocupaba. Sabía exactamente dónde encontrarlo si lo necesitaba.

Louis se sentía menos preocupado por cualquier cosa a cada día que pasaba; sabía perfectamente qué tarea tenía que hacer cada día y cuánto tiempo le llevaba. Sabía cómo reorganizar la semana cuando iba a montar a caballo con un Harry de ojos brillantes, cuando llevaba a Doreen al pueblo—se había negado a ir sola de nuevo desde la primera vez que lo había hecho—o cuando ayudaba a los vaqueros a mover sacos y montar vallas; en momentos de apuro, ninguna mano parecía sobrar.

Se levantaba más temprano y le costaba menos, se sabía los nombres de todos los vaqueros y de casi todos los caballos, y perdía al ajedrez contra Harry con cierta frecuencia.

La calma que lo empapaba hasta los huesos cuando veía atardecer barriendo el porche no lo había abandonado. No recordaba nada más, y no aspiraba a nada más.

Volvió a la cocina y encontró a Doreen afanada sobre la cena, con un despliegue de fuentes cubriendo la encimera listas para ser llenadas de comida.

—¿No está listo?

—Casi. —Doreen lo fulminó con la mirada como si acabase de insultarla. Cambió de estrategia.

—¿Dónde está Harry?

—Arriba. Intentó pisar mi cocina con las botas llenas de polvo.

Contuvo una sonrisa.

—Hm.

—¿Quieres un vaso de té? —insistió ella—. Está helado. Me ha quedado muy bueno.

Negó con la cabeza.

—Puede que más tarde. Voy a ir a buscarlo.

Doreen asintió.

—Dile que si deja que se enfríe el roastbeef, va a irse a la cama sin...


Subió por las escaleras sin quedarse a oír el resto; se lo sabía de memoria. Alcanzó el apartamento.

—Harry —llamó, poniendo una mano en el pomo de la puerta. No obtuvo respuesta.

Empujó la puerta con cuidado y avanzó por el diminuto recibidor del apartamento.

Harry estaba sentado en la cama, de espaldas a él. Tenía el pelo aún mojado y sólo llevaba una toalla enrollada a la cintura; podía ver las cicatrices en su espalda, finas y claras. Había empezado a dejarle masajear crema en ellas, y casi podía jurar que habían mejorado un poco.

Tenía la cabeza baja, y no parecía haberlo oído. Louis no se movió del umbral de la puerta.

¿Qué demonios hacía?

Obtuvo su respuesta al oír el jadeo suave que dio al segundo siguiente. Louis levantó las cejas; empezaba a hacerse una idea de qué podía estar haciendo.

Lo oyó gemir al segundo siguiente, y todas las dudas que le quedaban se evaporaron. Louis retrocedió y cerró la puerta sin hacer ruido a sus espaldas. No podía contener una sonrisa; estaba solo. No necesitaba ninguna distracción, ninguna reafirmación. Ni siquiera lo necesitaba a él, tranquilizador, distrayéndolo cuando la inseguridad lo atacaba y besándolo hasta que se le olvidaban las cosas que creía no poder hacer.

Era libre. Se estaba tocando solo. Estaba disfrutando solo.

Bajó las escaleras sin dejar de sonreír. Doreen estaba atareada cortando el roastbeef elaboradamente, y le frunció el ceño al verlo entrar.

Louis abrió la nevera.

—Al final sí que voy a probar el té —dijo en voz alta, antes de que pudiera protestar—. Me apetece.

—¿Y Harry?

—Se está duchando. —Se sirvió un vaso y le dio un trago largo; estaba helado y le enfrió el cuerpo entero. Lo agradeció; no necesitaba acalorarse más.

—¿Aún? ¿Le has dicho que se dé prisa?

—Déjalo, no importa. —Se sentó a la mesa y le dedicó una sonrisa inocente desde detrás del vaso—. Sirve en el comedor, si quieres.

Doreen hizo un gesto abierto con los brazos.

—Ese niño. —Meneó la cabeza con indignación—. Es casi la hora. La mesa está puesta.

—Yo lo esperaré. —Dio otro trago de té con calma—. No hay ninguna prisa.

Country roadsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora