Capítulo 43

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Louis se separó de él y avanzó a trompicones hasta el baño, subiéndose los pantalones a duras penas por el camino. Cerró la puerta y la aseguró mientras oía a Harry moverse con lentitud por el dormitorio; casi podía ver el pánico en su expresión. Rezó por sus maltrechas habilidades de disimulo cuando por fin lo oyó avanzar hacia la puerta.

La abrió.

—¿Qué quieres? —Su voz sonaba amortiguada al otro lado de la puerta, pero parecía tranquilo. Al menos, todo lo tranquilo que podía esperar de Harry obligado a tener una conversación cuando no le apetecía.

—Se ha roto una cañería.

—¿Cómo?

—Baja. Ya he cortado el agua, pero tenemos que parchearla hasta que llegue el fontanero.

No oyó la respuesta de Harry, pero lo oyó revolver de nuevo. Un momento de silencio.

—¡Vamos! ¿A qué estás esperando?

La puerta se cerró.

Louis observaba su propio reflejo en el espejo del baño; tenía el pelo revuelto y las mejillas aún ligeramente encendidas.

Esperó. Respiró. Se peinó nerviosamente con los dedos. ¿Volverían? ¿Lo dejaría entrar? ¿Entraría Liam sin preguntar? Lo dudaba.

Tardó un buen rato en atreverse a aventurarse fuera del baño. Recogió toda la ropa que se esparcía por el suelo y se vistió de nuevo. Y después, dudó.

No se atrevía a meterse en la cama, y tampoco a irse a la suya.

Recogió nerviosamente el resto de la habitación; dos toallas limpias dobladas sobre una silla, un cinturón de Harry fuera del cajón y dos libros que había empezado y dejado a la mitad. Colocó todo en su sitio con rapidez y dio un par de vueltas más por la habitación en busca de algo con lo que ocupar las manos. No lo encontró; no tenían demasiadas cosas. No necesitaban demasiadas cosas. Harry le había cedido más de medio armario sin ningún esfuerzo; sus camisas eran casi todas iguales y estaba acostumbrado a apilarlas sin ningún cuidado. Había guardado en lo alto de un estante dos cojines con un estampado anticuado y horroroso. Había olvidado colgar la lámina del río Hudson.

Se sentó en la cama. Harry no dejaría entrar a Liam a la vuelta; no tenía dudas. Pero no conseguía sacarse de encima el pánico repentino, la vergüenza, el sobresalto. Le traían viejos recuerdos.

Estaba en el baño de nuevo, reorganizando el armario con una minuciosidad que rayaba lo obsesivo, cuando oyó a Harry entrar en el apartamento.

—¿Louis? —lo oyó llamar—. Estoy solo.

Salió del baño. Estaba serio, y se había arremangado la camisa que se había puesto sobre la camiseta blanca con la que dormía.

—¿Se ha dado cuenta? —preguntó con rapidez. Él negó con la cabeza.

—No, claro que no. Tenía... miedo de que te hubieras ido.

—¿En serio? Porque yo tenía miedo de darle a tu hermano el espectáculo pornográfico de su vida.

Harry soltó el aire.

—No vio nada —dijo, conciliador.

—Mis pantalones estaban en el suelo.

—No se ve el dormitorio desde el recibidor —insistió él, pero el sentimiento en el fondo de su estómago, pesado y puntiagudo, seguía ahí—. ¿Has estado en el baño todo este tiempo? —Tiró de él hacia la cama sin esperar respuesta—. Es tarde. Vamos.

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