Capítulo 14

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Esa vez, el dolor de cabeza no fue la peor parte de despertar.

Le ganaba por goleada la vergüenza y el enfado y el cansancio que sentía, por primera vez desde que se había mudado.

Se frotó los ojos, doloridos e hinchados, y le frunció el ceño a la luz que entraba a través de las cortinas; las había dejado mal cerradas.

¿Realmente merecía la pena vivir con tranquilidad en aquel rancho a cambio de meterse de nuevo en el armario de forma indefinida? ¿A cuántos planes como ése lo invitarían, quizás por compromiso, quizás pensando que le hacían un favor arrancándolo de la rutina? ¿Cuántas excusas estaba dispuesto a poner antes de que se hiciese patente que no quería ir con ellos?

Quizás debería decírselo a Niall. De vuelta en su despacho y enfundado en su traje perenne, se tomaría la noticia con pragmatismo, estaba seguro. Casi podía imaginarlo sopesando los pros y los contras de tener a un marica haciéndole la cama.

No lo despediría, probablemente; sabía lo desesperado que estaba por conseguir personal de confianza en aquella llanura muerta. Pero todo se volvería raro, incómodo, con dobles sentidos, con fibras sensibles. Y desde luego podía olvidarse de acercarse a los establos o de que Harry volviera a dirigirle la palabra. 

Pero de todas formas Harry no parecía tener muchas ganas de hablar con él, así que, ¿qué podía importar?








Tres días después, ninguno de los hermanos le dirigía la palabra a Harry, o quizás fuera al revés, porque Harry tampoco le hablaba a nadie. En cualquier caso, había comido y cenado en la cocina todos los días, y Doreen no había hecho ni una sola pregunta. Y Louis estaba harto de esforzarse por entablar conversación con alguien que claramente no la quería.

Pero era un profesional que quería conservar su trabajo, así que lo saludaba educadamente y fingía que desayunar, comer y cenar en absoluto silencio, con Doreen masticando diligentemente y en la hosca y silenciosa compañía de Harry, no era tremendamente violento.

Por eso era todavía más incómodo llegar tarde a cenar y encontrarlo ya sentado a la mesa, aparentemente concentrado en su consomé.

Harry esperó a que Doreen desapareciera en el comedor con el segundo plato para mirarlo de reojo.

—No tienes que fingir que no estás molesto —dijo en voz alta.

Louis levantó la mirada. La bajó. Se sirvió una ración demasiado pequeña y empujó la bandeja en su dirección sin mirarlo.

—No lo hago —respondió, fingiendo indiferencia con naturalidad—. Sólo es una convención social.

—Louis...

—No me debes ninguna explicación —lo interrumpió, hurgando en la comida con el tenedor—. Tenías razón. No es asunto mío y no pienso volver a meterme donde no me llaman. Siento mucho haber cruzado la raya.

Harry parpadeó.

—¿De qué estás hablando?

—De que no voy a volver a salirme de lo profesional. No te preocupes.

Doreen volvió a la cocina antes de que Harry pudiera perder la expresión confusa, y Louis acabó de comer en silencio.


Harry se escabulló fuera de la cocina en cuanto acabaron de recoger.

Louis salió a sentarse en el porche y dejó que la brisa le moviera el pelo. Sabía que, si se quedaba el tiempo suficiente, empezaría a ver luciérnagas y a oír cantar las cigarras. Se planteaba subir a por uno de sus libros para leer un rato cuando la puerta se abrió.

Country roadsWhere stories live. Discover now