Capítulo 34

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Rita apareció en el pasillo a la mañana siguiente con gesto preocupado mientras acababa de aspirar la alfombra que lo recorría. Tenía todas las ventanas abiertas para ver el polvo contra la luz, y un poderoso rayo de sol entraba por el ventanal del frente de la casa; tuvo que entrecerrar los ojos para mirarla. Apagó el aspirador con el pie.

—Hola —dijo en voz alta—. No te preocupes, todavía no he fregado el suelo —añadió al verla avanzar con pasos indecisos.

—Lo siento. He roto un frasco de perfume.

—Oh. —Dejó el aspirador a un lado y se sacudió las manos—. Espera. Tengo la fregona justo aquí.

Rita lo condujo hasta su apartamento; había ganado en luminosidad—y también en vestidos floreados y en blocs de dibujo—desde que se había mudado con Liam. Señaló los restos de cristal y el charco en la madera oscura del suelo, pero no hacía falta. La planta entera olía a perfume.

—Lo siento mucho. Te ayudaré —dijo ella en voz alta, y se giró para sonreírle.

—Claro que no. Quédate ahí, no te manches. —Recogió los trozos de cristal y secó el charco de perfume con la fregona. Rita se apartó de su camino cuando volvió a por el trapo.

—Lo siento mucho —repitió—. No quería interrumpirte.

—No te preocupes. —Le sonrió; parecía tan sinceramente preocupada que reprimió el impulso de alargar una mano hacia su hombro—. Estas cosas pasan.

—Me lo regalaron en la boda —se quejó ella—. Ha sido mi culpa... Ni siquiera olía muy bien —admitió, arrugando la nariz, y Louis le sonrió.

—Vendré más tarde a limpiarlo con vinagre para que la madera no se marque —decidió en voz alta—. ...Abre las ventanas —añadió, inclinándose para agarrar el cubo de la fregona—. Sé lo que duran los perfumes en habitaciones cerradas. Yo también he roto alguno.

—Lo haré —prometió ella al instante, pero no se había movido del sitio cuando se volvió hacia ella—. ...Oye, gracias por hablar con Doreen.

Frunció el ceño un segundo antes de entenderla.

—Oh- No fue nada. Es un poco... tradicional —admitió—. Pero es fantástica. Le cogerás cariño, ya lo verás.

Ella asintió.

—Había subestimado a Harry —admitió—. Es- reservado, pero... se ha preocupado mucho.

Le sonrió.

—Tiene buen corazón. Es que suele dedicarlo a sus caballos.

Rita rio.

—No —dijo con timidez—. También ha sido bueno conmigo.

Asintió distraídamente.

Y conmigo.




Harry apareció en el último baño que le quedaba por fregar; lo oyó subir las escaleras con esas pesadas botas de vaquero que—seguro—había olvidado sacudir antes de entrar en casa.

—Hay que mover un rebaño —dijo desde el umbral de la puerta en cuanto llegó arriba, con los ojos brillantes como si fuese la mejor noticia que había oído en años.

Louis dejó el cepillo con cuidado y lo observó impasible.

—...Genial —dijo al final—. Felicidades.

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