Capítulo 28

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Le habían ensuciado el porche otra vez. Se dio cuenta en cuanto salió de la cocina, balanceando la pesada jarra de agua—de cristal, pero Doreen lo había mirado como a un marciano cuando había sugerido una de plástico.

Reconoció a un hombre pecoso que entrenaba a los caballos—tenía algún tipo de título oficial, estaba convencido—guiando un caballo esbelto en una de las explanadas grandes. Dos potros jóvenes bebían en un abrevadero de madera que había creído decorativo, pero que al parecer aún se usaba, y distinguió a lo lejos a Matt hablando con dos hombres uniformados de azul que descargaban algo de grandes camiones.

Ya en la entrada de los establos, dos vaqueros subidos a caballos blancos lo saludaron con un "Nueva York" que interpretó como cortesía. Necesitaba ambas manos para la bandeja, así que les dedicó el asentimiento de cabeza típico de allí, y aún reía entre dientes para sí mismo cuando entró en los establos.

El saludo cowboy. Ahora sí que estoy integrado.

Cameron ayudaba a Harry a cargar alpacas en carretillos. Varios trabajadores pasaban periódicamente a recogerlos y se esparcían por los establos en todas las direcciones, como hormigas vestidas de vaqueros.

Las sucias camisetas sin mangas que llevaban todos eran una alegría para sus ojos. No iba a engañarse.

Cameron se quitó el sombrero al verlo.

—Hola, Louis. Moveré el tractor —dijo con rapidez—. Teníamos prisa. Ya sé que Doreen odia que lo dejemos ahí.

Se encogió de hombros. El monstruoso aparato que habían aparcado delante de la ventana de la cocina no le molestaba.

—No te preocupes. ¿Quieres un vaso?

Él negó con la cabeza.

—Gracias. Traemos termos y cantimploras.

—Vaqueros listos —alabó, y Cameron le sonrió.

Harry clavó la horquilla en una de las alpacas del suelo y se acercó. Estaba sudando, pero Louis se concentró en no darle vueltas a la ducha que podría darse. Casi tenía que contenerse para no ponerse de puntillas y dejar un beso rápido en la comisura de sus labios, como si estuvieran en el abrazo cálido de su habitación—su habitación, donde Harry insistía en que guardase su ropa, donde seguía dejando pantalones de cuero y botas viejas esparcidas por el suelo, ahora iluminada por los brillos coloridos de su lámpara nueva.

—Gracias. —Su voz ronca lo devolvió a la realidad. Louis parpadeó.

—¿Cómo está Betty? —preguntó, haciendo un valiente esfuerzo por no quedarse mirando su garganta mientras bebía. Cameron seguía cargando bloques de paja a espaldas de Harry; lo miró de reojo.

—Está bien —dijo en voz alta—. Ha venido el veterinario a hacerle un chequeo.

Asintió, pero se volvió hacia Harry, que había perdido el aliento después de beberse todo el vaso de golpe.

—¿Y Hope? —preguntó, bajando el tono, y él sonrió.

—Ven a verla. —Le devolvió el vaso y echó a andar. Louis echó la mirada atrás y encontró a Cameron volviendo al trabajo; parecía lo suficiente indiferente a su conversación como para quedarse tranquilo.

—Hasta luego, Cameron.



Hope estaba fuera, trotando rodeada de otros caballos y de varios potros de varios tamaños, pero se acercó en cuanto vio a Harry. Lo vaqueros montaban y desmontaban aquellas cercas de madera a su antojo, formando círculos más grandes o pequeños, como si fueran los caballos los que decidieran dónde querían pasar la mañana.

Country roadsWhere stories live. Discover now