Capítulo 40

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Niall lo llamó el día de Año Nuevo; Louis dormitaba en el sofá con sus hermanas peleándose por un cargador en la habitación de al lado, y estaba prácticamente seguro de que seguía borracho después de los cócteles que había usado para soportar la fiesta de Año Nuevo, pero carraspeó con orgullo antes de responder para que no pudiera oírlo en su voz. Niall había contratado a un conductor para que lo llevara al rancho desde el aeropuerto, necesitaba confirmación de la hora del vuelo, y no quería oír hablar de sus intentos por convencerlo de que era perfectamente capaz de contratar un taxi.

—No te preocupes por nada —acabó diciendo, y casi podía jurar que oía a Ellie a su lado, tecleando en su portátil—. Feliz Año Nuevo, Louis.

Se despidió de sus hermanas antes de coger el taxi para el aeropuerto; Lottie ya se había marchado a alguna parte del país por trabajo, y su madre tenía dos reuniones esa tarde. Tony se había ofrecido a llevarlo, por supuesto—tenía un utilitario destartalado con el que ya lo había conocido años atrás—pero era evidente que tenía muchas otras cosas que hacer, y Louis rechazó su oferta con suavidad. Tenía mucho trabajo. Todos tenían mucho trabajo.

Se pasó el viaje en taxi escudriñando el tiempo en Texas para los siguientes días. No se molestó en observar una última vez los rascacielos antes de adentrarse en las carreteras comarcales de las afueras. No sintió nada al ver alejarse las luces diminutas por la ventanilla del avión. Ni siquiera sentía tristeza por marcharse de Nueva York; hacía mucho tiempo que se había ido.


El conductor que lo recogió en el aeropuerto con un cartel de "TOMLINSON" en letras ejecutivas conocía a los hermanos, por supuesto. Habló sin parar durante el trayecto entero sobre ellos; habían revitalizado el pueblo, aseguró con una media sonrisa. Familias enteras se habían mudado en la última década porque el rancho necesitaba vaqueros, transportistas, veterinarios. Habían comprado—y añadido—varias explotaciones que les hacían competencia en los últimos años, y seguían creciendo. Eran mucho más grandes "de lo que nunca llegó a ser su padre".

Louis levantó la cabeza al oírlo.

—Se habla mucho de Edgar Styles en el pueblo —dijo en voz alta, y él asintió.

—Era feroz. Pero en los negocios no sólo necesitas ferocidad.

—¿Usted lo conocía?

—No. —Pero hizo un gesto vago que no supo interpretar—. Bueno, oía hablar de él. No era muy sociable.

Si dice "igual que su hijo menor", voy a tirarme de este coche en marcha.

—Pero los hermanos son muy agradables —añadió él, salvándolo de la inmolación—. Y son muy buenos. Apuesto a que nadie daba un duro por ellos cuando se hicieron cargo de la explotación. Pero les callaron la boca.

Louis asintió, relajándose al fin.

Y todavía les quedan más bocas que callar.



—¡Louis! —Doreen salió de la cocina para abrazarlo en cuanto atravesó el umbral de la puerta—. ¿Qué tal tu familia?

Sonrió a su pesar, estrujado contra su hombro.

—Muy bien. Te he echado de menos.

—Oh, y nosotros a ti. Ha sido raro no tenerte aquí. —Doreen lo estrechó de nuevo entre sus brazos; era sorprendentemente fuerte, y abrazaba igual que su madre, con todo el cuerpo y apretando la mejilla contra la suya—. ¿Tienes hambre? Es casi la hora de cenar. Te haré algo rápido si estás cansado...

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