Capítulo 44

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Harry sí apareció a la hora de cenar. Louis se sentó casi conteniendo la respiración mientras Doreen le servía, pero no se sentó a su lado, donde había puesto un servicio para él. Atravesó la cocina y avanzó hacia el comedor, y el murmullo de conversación que se oía desde allí se atenuó cuando entrecerró la puerta.

Doreen se acomodó trabajosamente al otro lado de la mesa.

—Llega tarde —lo informó, como si no lo supiera; siempre empezaban a comer más o menos cuando los hermanos terminaban—. Pero no es el día de discutir con él, parece.

Asintió, conteniendo el impulso de cerrar los ojos.






Cenaron prácticamente en silencio. Louis mantenía el oído aguzado a la conversación en el comedor; ya debían de haber acabado, pero no oía marcharse a nadie. ¿Lo esperaría Harry mientras recogía la cocina, como siempre? ¿Subiría sin esperarlo? ¿Subiría a la buhardilla para balbucear alguna promesa, alguna disculpa? ¿Las quería él siquiera?

Ahora sí que se oían voces. Parecía Matt, pero al instante reconoció a Harry. No hablaba tan alto como para reconocer sus palabras, pero sonaba enfadado. Louis luchó para no frotarse las sienes.

Más voces. Doreen se recostó en su silla de madera; ella no parecía oírlas, o al menos no parecía alarmada en absoluto.

—Mañana haré tacos —dijo con tranquilidad—. Casi no me queda cilantro. Compra más cuando bajes al pueblo, ¿no ibas a bajar a por desinfectante?

Negó con la cabeza.

—Ya fue Liam.

—Hm. Estoy demasiado vieja para esto —repitió por enésima vez—. Ese condenado coche. Vas a tener que empezar tú a hacer la compra, yo ya no aguanto tantos trotes.

Sonrió a pesar de todo.

—No creo que a Niall le parezca bien que me pase toda la mañana en el pueblo en lugar de limpiar.

—¿Y quién ha hablado de preguntarle?

Le sonrió a Doreen, pero su sonrisa se quedó congelada al segundo siguiente. Algo se estrelló contra el suelo del comedor con un fuerte ruido de cristales.

Louis detuvo a Doreen antes de que pudiera levantarse.

—Iré yo. —No tenía ni idea de por qué sonaba tan decisivo, ni tampoco de por qué Doreen asintió al instante, en el primer gesto dócil que le había visto desde que la conocía.

Abrió la puerta del comedor; nadie pareció reparar en él. Alguien había estrellado la sopera contra el exquisito suelo de madera del comedor. Y no era difícil adivinar quién; la familia entera estaba sentada a la mesa, observando horrorizada a Harry. De pie en su sitio, vociferaba algo en dirección a Matt, que había dejado caer su propia silla hacia atrás al levantarse también.

—Tú sol... —empezó a decir, pero no le dio tiempo a decir nada más.

—He estado siempre solo. —Harry parecía haber renunciado a bajar el tono; su voz atronaba contra las paredes del comedor—. Siempre. Todos mirasteis hacia otro lado, porque erais unos cobardes. Porque estabais demasiado aliviados de que me hubiera tocado a mí, y no a vosotros.

Matt soltó una risa seca, agria.

—Oh, no juegues a eso. No pretendas que parezca que sólo había para ti. Todos conocíamos a papá.

—Harry- —empezó Liam; fue ignorado por ambos.

—Y una mierda. —Harry parecía crecerse con cada palabra; tenía los nudillos blancos de agarrar el borde de la mesa, y parecía más que dispuesto a volcarla—. Y una mierda. —Repitió, más alto—. Sabes perfectamente que nadie lo sufrió como yo. Estaba cansado para cuando os tocaba el turno a vosotros, y todos lo permitisteis. Todos me dejasteis solo.

Country roadsWhere stories live. Discover now