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- Cambia esa cara gringuito, recién llegamos.-

Hablas con diversión, recargada sobre el marco de entrada a la oficina, viendo al hombre de semblante serio y estoico, sentado cerca de la mesa en la que a diario se intercambian opiniones y propuestas de tácticas para implementar en el seleccionado.

Al oír tu voz Lionel enseguida parece despertar de su faena mental y te mira cuál venado encandilado por las luces de un auto, comenzando a divagar.

No era noticia nueva que entre ustedes había cierta química que los mantenía muy unidos a pesar de ser nada más y nada menos que solamente compañeros de trabajo. Pero estaba ahí, presente en cada abrazo, chiste o mirada cómplice, ustedes tenían algo especial.

- Perdón, estaba... estaba pensando en el partido.- dice parpadeando dos o tres veces.

Asentís con obviedad y comenzas a caminar hacia él. En todo ese trayecto Scaloni no puede evitar perder su mirada en el ceñido conjunto deportivo que llevas puesto, el mismo que él también porta pero no de esa manera criminal.

Odiaba tener esos pensamientos de pajero, siendo la única mujer en plantel y justamente él, el promotor desde el primer día en que llegaste de que seas tratada como a una más, de que nadie tuviera dobles intenciones, te incomodara o se sobrepase con vos.

Además de una cara bonita y un buen lomo, eras interesante, muy buena compañera y divertida. Lionel mentiría si dijera que no le moviste el piso apenas entraste al cuerpo técnico. Y se sentía un pelotudo a veces, enojándose porque ciertos jugadores te hablaban, compartías charlas amenas con Pablo o simplemente te alejabas de su lado, para ser tan agradable con otros que no fueran él.

Más allá de sus celos injustificados, había otros detalles más y no menores, como el hecho de que se llevan unos cuantos años de diferencia, Scaloni aún seguía casado, en una pésima relación pero aún así con un papel que lo ataba a esa mujer en Mallorca y lo peor de todo, ustedes ni siquiera eran algo más que buenos compañeros de trabajo.

- Me imaginé... tenés que darle un descanso a esto, ¿sabes?-

Señalas con tu dedo índice tu cabeza varias veces entrecerrando tus ojos y mirándolo.

- Es imposible.- dice negando.

Suspiras y una vez a su lado, pones una mano sobre los papeles que estaban en la mesa y los alejas de él.

- Empezá siendo poquito menos exigente con vos mismo y vas a ver qué se puede.-

Él abre los ojos de par en par y te mira, con su cabeza ligeramente hacia un costado, sorprendido por tu argumentación.

- ¿Ahora también lees mentes?- dice con cierto halo de diversión.

No negarías ni afirmarías que ese simple gesto te había hecho sentir cosas, cosas que quizás no eran demasiado decentes para el tipo de relación laboral que tenían.

Querías creer que este tipo de situaciones le pasaban a todos los que conocían a Lionel, que era parte de su esencia encantadora tener a la gente, suspirando y sonriendo como idiota ante su mera existencia. Pero te costaba, te costaba mucho distinguir el aprecio o admiración con el deseo o enamoramiento.

Fingiendo demencia como la mayoría de las veces en que tu mente pensó de más con el pujatense, haces un mueca y le decís, despreocupada.

- Algunas son tan transparentes que no me hace falta llegar a eso.-

Lionel asiente y larga un suspiro, recarga su espalda sobre la silla y apenas al estirarse un poco sobre esta, se queja. Dejas los papeles que habías tomado una vez más sobre la mesa y lo observas.

delirios - scaloni & aimarWhere stories live. Discover now