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- Estoy en la cocina.- decís lo suficientemente alto como para que te oiga desde la entrada tu pareja, que recién llega presuntamente de hacer su actividad de todas las mañanas, ciclismo.

Te levantas de la silla donde estabas sentada viendo la televisión y te acercas a la cocina, para encender uno de los anafes.

La casa era pequeña pero estaba ubicada en un terreno muy extenso de tierras pujatenses que a lo lejos dejaba ver plantaciones de su propiedad. Estaban de pasada, aprovecharon los días de Lionel en Argentina para volver a su lugar seguro, dónde ambos encontraban la paz que quizás España y Buenos Aires no les daba. Los nenes estaban con ustedes y eso te encantaba, ya que habías logrado formar una relación preciosa con los dos.

Rápidamente tomas la pava de hierro que descansaba en la mesada entre tus manos y la llenas con agua de la canilla, una vez hasta el tope, la pones sobre el fuego y dejas que se caliente.

En el trascurso de esa acción, escuchas pasos lejanos, que se vuelven cercanos con el tiempo y cada movimiento que da Lionel hasta llegar a la cocina.

- Pase por esa panadería nueva que nos dijo Mauro y compré unos...-

El pujatense se detiene cuando te ve como estás vestida, con una de sus remeras, que te queda gigantesca y debajo solo tu ropa interior. No hacía mucho que te habías levantado para ser honesta, el cacareo de un gallo que al parecer ahora tenían en el campo, te tomó por sorpresa y barrió todo rastro de sueño en tu cuerpo.

Te encontrabas con tus manos en la estantería, en busca del set de mate, al oír el silencio que se generó, volteas tu rostro y lo ves parado estoicamente.

- ¿Unos que?-

Parpadea un par de veces, se relame los labios y murmura casi en shock.

- Unos libritos.- dice tratando de aclarar su garganta.

Volteas hacia la estantería y seguís con tu búsqueda, encontrando en una de las esquinas remotas del aparador el mate labrado con el nombre del pujatense, el número doce y más lejos, la azucarera junto con la yerbera.

- Ah buenísimo, yo justo puse el agua para el mate.- decís estirándote un poco más, para alcanzar las tres cosas.

En tus manos el mate, aún dándole la espalda a Lionel, preparas con rapidez y habilidad el mate para el ritual de todos los días. Una vez listo, te volteas a dejar el set en la mesa y aprovechas para acercarte a tu novio, besar fugazmente sus labios. Te alejas de él unos pasos y volteas a ver qué el agua en la pava no hierva pero no haces más que mirar la pava, que sentís como el cuerpo de Lionel se pega a tu espalda. Rodea tus caderas con sus brazos fuertes y con su rostro en el hueco de tu cuello, murmura ronco.

- Mi amor pero que pedazo de pan dulce.-

No podés evitar jadear sorprendida ante el comentario y su fugaz cercanía.

- ¡Lio!- chillas cuando su mano se cuela por debajo de la remera que llevas puesta y apreta la carne de tus caderas.

Gruñe cuál animal y comenzas a sentir como sutilmente te está apoyando, sentís como el calor de su cuerpo un tanto sudado se va transfiriendo al tuyo.

- Si sabía que me esperabas así, ni salía.-

Divertida murmuras.

- Eso te pasa por ser un enfermo de la bici.-

Él se queda quieto pero acciona rápidamente a apretarte con sus dos manos más fuerte hacia su cuerpo y con su boca cerca de tu oído, pregunta incrédulo.

- ¿Cómo?- dice con su voz algo aguda por la sorpresa.

Comienzan a forcejear juguetonamente y risitas se escapan de sus bocas y vos solo podés chistar para que el pujatense se mantenga callado, ya que era el que más hablaba y no precisamente en voz baja.

delirios - scaloni & aimarWhere stories live. Discover now