31.

693 33 3
                                    

No habías hecho más que unos pocos metros con el auto saliendo de la clínica, dejando atrás al cúmulo de periodistas que los habían estado esperando en la entrada del lugar desde ayer y que tanto te torturaron con preguntas cuando llegaste con un molesto rio cuartense a tu lado. El silencio reina en el vehículo, habías preguntado si quería oír algo de música y de muy mala forma, te dijo que no. Solo podías oír su respiración agitada, producto del enojo que tuvo hace poco con un periodista en la puerta, que tuvo muy mala leche y lo chicaneo con su vuelta al futbol.

Atenta al camino frente a vos, sin soltar el volante, lo ves de reojo. Con uno de sus brazos, recostado sobre el surco de la ventana en la puerta y sosteniendo su mentón con la palma de su mano. El otro sobre su pierna, ahora entubada con una bota plástica, con sus dedos jugando con los hilos deshilachados de la bermuda de jean que lleva puesta.

Aprovechas que el tráfico está un tanto obstruido y están detenidos para girar por un segundo a ver su rostro. Aimar era alguien a pesar de su hermetismo natural, era muy transparente para mostrar sus emociones a través de sus facciones y esta no iba ser la excepción. Ceño fruncido, mirada al horizonte, sin señales de un dejo de sonrisa, como solía tener siempre y un brillo en los ojos que denotaba cierta angustia, pero que jamás te diría.

Suspiras.

Estaba complicado ser pareja de Pablo Aimar, no importa el momento.

- ¿Podés cambiar esa cara?- decís volviendo a retomar la conducción del vehículo.

- Es la única que tengo.-

Si, evidentemente estaba cruzado.

Negas con diversión y mantenes los ojos en la ruta, pero sin dejar pasar por alto las acciones del rio cuartense a tu lado, quien suspira con molestia y gira su rostro,.para verte por unos segundos. Te pones un tanto incómoda, cuando sos consiente de su atención en vos, siempre sucedía y Aimar, se aprovechaba de eso.

- ¿Que es lo que te causa tanta gracia?-

La molestia en su voz era notable y hasta cierto punto, te sentías como una nena siendo cagada a pedos por su padre. Su acento más presente que nunca, cuando la molestia lo doblega y su mirada, un tanto cínica completamente enfocada en vos.

Sentís que te comenzas a achicar en el asiento de piloto pero así como pasas fugazmente por al lado de unos cuantos autos que van más lento que vos, te atreves a responderle con obviedad.

- Que sos un malhumorado amor.- decís mirándolo de reojo y negando divertida, otra vez.

Pablo parece deshacerse en suspiros, pero no precisamente de amor o placer sino molestia y cuando tiene la oportunidad, porque otra vez el transito se pone lento, levanta una mano en el aire indignado y habla con obviedad.

- Estoy roto, me rompí la pierna y no puedo jugar.-

Ese "no puedo jugar" lo dice hasta con cierto dolor pero no queres darle atención a ello, ya habías oído suficientes panoramas desalentadores en lo que iba del día, con respecto a su situación futura y no pensabas permitir que se pinchara así. Tomas la iniciativa y cuando aminoras la marcha del auto para adentrarte en la ciudad de Buenos Aires, más precisamente el barrio de Nuñez, le preguntas con genuina despreocupación.

- ¿Y?-

- ¿Y qué?- dice sin entender, frunciendo el ceño ligeramente.

En lo que iba de su vida, siempre lo habías visto así, serio o pensante y cuando decidiera darle tregua a su semblante, de no estar fruncido, ya sería muy tarde y estaría repleto de arrugas. Es más, ya podías observar algunas alrededor de sus ojos y eran hermosas, pero eso era tema para otro día.

- ¿Y por eso tenés esa cara de ojete?- decís alzando una ceja y girando tu rostro un segundo a verlo con incredulidad.

Aimar te ve, abre la boca para decir algo y vuelve a cerrarla, parpadea repetidas veces y niega con lentitud. Un millón de reacciones en muy pocos segundos y todas te causan gracia, hasta la forma de preguntarte con cierta indignación si le estabas tomando el pelo o realmente le estabas diciendo semejante animalada.

- ¿Vos me estás jodiendo gorda?-

Carcajeas, aparcas el auto a un costado de la calle y lo apagas. Te giras a verlo y con seriedad hablas, él aún te observa incrédulo.

- No, no te estoy jodiendo, vos lo dijiste... te rompiste una pata Pablo, no estás discapacitado... si, te escuché hablar con tu hermana.- su rostro ahora se ilumina por el terror y evita a toda costa tu mirada.

No fue porque vos quisiste escuchar esa conversación, ni mucho menos porque eras una chismosa, solo habías llegado en el momento justo en que el rio cuartense se sincero con su hermana. Completamente abrumado por la confirmación de unos varios meses fuera de la cancha, con una recuperación lenta y tortuosa, y lo peor de todo, con un paso más cerca del retiro profesional.

Lo confesó, se sentía roto, estropeado, obsoleto y no era boludo, había visto el rostro de sus compañeros cuando dijeron que tendría que ir a operación. Se había terminado todo por un buen tiempo, lo peor, es que sabía que luego de eso venía la lastima. Pobre Pablito, ahora se va tener que cuidar, recuperar y trabajar mucho para que vuelva a ser un poco de lo bueno que era antes. Pobre. Ese adjetivo de mierda lo odiaba, más cuando lo usaban para denotar lastima por él.

- Es que no entendés.-

Comenta frustrado, pones una mano sobre su pierna, la que se encuentra con la bota de plástico, él observa tu mano y suspira en silencio.

- Si, si que entiendo y siento que te estás ahogando en un vaso de agua... no sos invencible mi amor, nadie lo es... te podía pasar y ahora te toca tener paciencia.-

El silencio reina entre ambos, el rio cuartense pone su mano sobre la tuya y no dice nada, lo oís tomar aire sonoramente, observas sus facciones. Ahora mirando hacia al frente, con brillo en sus ojos y conteniéndose porque a pesar de que entre él y vos no había secretos, siempre le costaba mostrarse como se sentía, incluso con vos, su mujer.

- No tenés que lidiar con esto solo... estoy acá para vos, siempre.- decís con cierta pasión en tus palabras.

Enredas tus dedos con los de él y así, entrelazadas sus manos, las llevas a tus labios, dejas un beso y Pablo, con su mano libre se dirige hacia tu rostro, la deja sobre tu mejilla y acaricia tu piel. Cerras los ojos, suspirando inevitablemente porque siempre que él tuviera sus manos en vos, te volverías arcilla.

- No sé que haces conmigo, no te merezco.- dice con la vos afectada, aunque quiera disimular carraspeando la garganta.

Quiera o no, Aimar siempre sentía el miedo constante de no ser lo suficientemente bueno en todos los aspectos de su vida. Estaba ese pequeño porcentaje que lo hacía dudar, siempre había alguien que podía estar mejor que él. Y eso le daba pánico, por ejemplo con vos, de que conocieras a alguien que no te hiciera pasar las que él, pánico de que te enamores de alguien más, pánico de perderte para siempre.

Eran dudas internas de él, ya que vos tenías más que claro, que él era el amor de tu vida y no habría nadie que pudiera ocupar ni llegar a su existencia.

- ¡Ay cállate!- decís con molestia, apartandolo y él ríe.

Con determinación lo apuntas con tu dedo índice, Aimar no puede evitar sonreír completamente enamorado, ¿que haría sin vos?... definitivamente estaría sin rumbo.

- Me puedo bancar que estés con cara de culo, cruzado, lo que vos quieras... pero no me vengas a cuestionar porque estoy con vos, boludeces no.-

Sin pudor alguno y con un impulso de amor extremo, toma entre sus manos tu rostro, una vez más, y te besa apasionadamente, tomandote desprevenida por su torpeza y pasión. Jadeas en el beso, rígida porque no podés tirarte encima de él y Pablo solo puede mantenerse ahí, en su asiento. Cuando parece subir de tono la cosa, él afloja pero sobre tu boca, hinchada y roja, murmura.

- Te amo.-

Suspiras y con una sonrisa tonta le das un pico.

- Yo te amo más Pablin.-

delirios - scaloni & aimarWo Geschichten leben. Entdecke jetzt