Esta historia va sobre dos mejores amigos que el fútbol los une, que están a punto de dar un paso más en su amistad, que creen que todo va perfecto para ellos. Pero algo sucede. El destino es demasiado cruel cuando ve que las cosas van bien, cuando...
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Dareck.
Había pasado el fin de semana encerrado en casa. Había estado leyendo y mirando novelas dramáticas para olvidar mi drama un rato, pero aún así no dejaba de desaparecer por completo.
Me sentía vacío, no dejaba de pensar en Marc y en qué hubiera pasado si jamás lo hubieran elegido a él. No era envidia la que le tenía, Marc era muy buen jugador, pero no quería que se fuera, no ahora.
Salí de mi habitación, desde el viernes tenía el mismo pijama puesto y no quería ni mirarme al espejo, ni siquiera cepillarme los dientes.
—Dareck, ¿quieres ver una película? —preguntó Zoe, quien salía de la cocina acompañada de un plato con galletas.
—No, gracias. Iré afuera un rato.
—Está bien.
Sentí la mirada de mi madre mientras me dirigía hacia el jardín para tomar uno de los balones. Lo más probable es que iría al campo de fútbol a jugar un rato.
Busqué mi balón de siempre, pero junto a él, había otro balón que no era mío, pero reconocí ese balón. Lo tomé en mis manos y leí lo que decía: ¿Puedo ser tu novio?
Era el balón de hace tan solo unas semanas atrás con el que Marc me había pedido que saliéramos. Salí con el balón en las manos, ocultando lo que decía.
Cuando llegué al campo de fútbol, el sol ya había bajado un poco. Había comenzado a jugar con el balón para luego patear a la portería. Se fue al lado derecho, al poste, al lado izquierdo, arriba, nuevamente al poste y así hasta que logré meter el balón al patearlo con fuerza haciendo que mi pie doliera, pero no me importaba porque me gustaba ese dolor.
El campo me recordaba a Marc, el balón me recordaba a Marc, mis gustos me recordaban a él. No pudo irse y dejarme aquí solo, lo extrañaba demasiado y apenas iba un día de que se había ido. Lo que me dolía era saber que no sería por un día el que se iba, no sabía cuando regresaría, no sabía si quería seguir hablando con él, si nuestra conexión era la misma, no sabía que éramos ahora que no estaría.
Al día siguiente fui al entrenamiento y vi a todos divertirse mientras yo me hundía. Intentaba no estar tan cerca de mis compañeros para evitar que me hicieran preguntas, aunque parecían entenderlo, porque ninguno de ellos lo había hecho y actuaba con normalidad conmigo, era yo el que me apartaba.
Cuando llegué a casa no tenía mensajes nuevos de Marc, claro, no me enviaría más mensajes sí sabía que no se los respondería. Tomé una ducha y cuando salí, me percate de que sobre mi escritorio, había una hoja doblada a las prisas que parecía tener algo en su interior. Decidí abrirla, porque no recordaba haberla escrito yo. Efectivamente, no era mía, pero si era para mí.
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