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Al llegar al salón de clases, todos hablaban entre si y mascullaban cosas que no comprendía

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Al llegar al salón de clases, todos hablaban entre si y mascullaban cosas que no comprendía. Todos parecían muy exaltados y contentos. Pensé que solo sería alguien que beso a otro alguien, como siempre pasaba. Todos estaban con las narices en la vida de otros en vez de preocuparse por sus asuntos y así fue y será siempre.

Siempre los ignoré. No me gustaba hablar con todos los malditos riquillos que me miraban feo al pasar. Detestaba hablar con cualquiera de ellos.

Me senté en el fondo, como todos los días. Saqué un libro y mis auriculares. Coloqué el aleatorio y comencé a leer.

Pude leer unas tres hojas de forma muy vaga, cuando sentí una mano que me tocaba el hombro. Alcé la vista y mire a la chica junto a mí. Suspirando paré la música y cerré el libro.

La miré esperando que hablara.

—Esperaba que tu fin de semana te hubiese cambiado de una forma tan radical que de golpe te sentara de maravilla hablarme hasta quedarte sin aire—sonrió ella—. Supongo que estoy pidiendo mucho.

Demetria era una chica que tenía la enorme necesidad de incluirme a su grupo de amigos. Todos ellos eran unos idiotas, pero ella siempre intentaba hablarme y hacerme parte de aquellos imbéciles. Jamás se lo pedí, ni se lo permití. Pero aun así ella lo intentaba siempre.

—Te extrañe, Orion. ¿Tú me has extrañado? —preguntó viéndose los zapatos.

—Quizá extrañe un poco la vocecita molesta que me decía que soy un buen chico. —respondí, sorprendentemente sin titubear.

Ella sonrió y se ruborizó. No le di importancia y devolví mi vista a mi libro.

—Oye, no te has enterado, ¿cierto? —preguntó emocionada e hiperactiva, cosas bastante comunes en ella—. Veo que no lo sabes. Si lo supieras dudo que estuvieras tan tranquilo. Oh, Orion, ¿cómo no te has enterado si hablaron de ello durante todo el fin de semana? Lo colgaron en la página web.

Levanté los hombros.

Jamás entraba a la página web. Para empezar, estaba hecha por alumnos que ni si quiera sabían diferenciar entre Internet e Intranet. Segundo que solo se basaban en estúpidos chismes que no estaban confirmados, solo un montón de basura. Una vez yo estuve allí por liarme con una chica, todos hablaban de ello y de nada más. La mayoría solo eran comentarios hirientes. Nadie creía que valía para estar con ella.

—Como ya sabes está en una escuela de elite —comenzó a parlotear, mientras yo me dedicaba a ver al frente—. Por lo que nos han elegido para algo mucho más importante de lo que puedas imaginar en tu vida...

Sabía que esperaba que le preguntara que era aquello tan especial, sus ojos brillosos daban aquella señal. No lo haría. Solo le dirigí una mirada fría y devolví la vista al frente.

—Los rumores dicen que van a traer... —dice haciendo unos redobles de tambores con la boca—. Será mejor que escuches porque esto te volara la mente... ¡Al príncipe de la jodida Suecia! ¿Te lo puedes imaginar?

—No. —le corté bastante frío .

Quizá solo era rumor, lo que era lo más probable. Lo mismo pasó cuando mi tío se enfermó y todos creían que comenzó a fabricar y vender metanfetaminas como el señor White de Breaking Bad. Decían que estaba ya en prisión, que la policía lo había encontrado cuando estaba a punto de venderlo a un encubierto de la DEA. Eso fue colgado en la página web porque de eso se trataba, chismes extra exagerados y falsos. Al final cuando regresó no entendió su reputación de narco. 

—Pues esto sí es cierto. —afirmó Demetria.

La miré levantando una ceja. ¿Tan cierto como cuando me dijiste que el Chef de la cafetería estaba dándonos carne de caballo?, pensé en decirle. Pero preferí callar.

Lo más seguro era que el príncipe de Suecia estuviera en su castillo rascándose el trasero. O aún mejor, haciéndoselo rascar por sus tantos sirvientes. Viviendo la vida y pasándola realmente bien, teniendo lo que todos quieren tener.

Tengo que admitir que jamás me intereso la Corona. Lo único que sabía era que la reina debía tener más años que los dinosaurios y sigue firme de pie, sin sacar sus valiosas uñas de la corona. Más allá de eso, ni sabía quiénes eran los herederos. Tampoco me interesaba saberlo. Lo único que sabía es por parte de mi madre que siempre fue bastante fanática al saber que la fallecida princesa era de nuestro país. 

—¿Qué acaso no me crees? —preguntó cruzándose de brazos.

—No dije absolutamente nada. —musité.

—Pero lo pensaste.

—¿Por qué estás tan segura? Seguro es otro invento de tus amiguitos. 

Bufó y se alejó. 

Lágrimas azulesWhere stories live. Discover now