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Muy bien hecho, Orion

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Muy bien hecho, Orion. Hiciste que un príncipe este llorando sin poder controlarse. Debería de tener un título universitario que confirme lo idiota que resulto ser a veces. Es decir, el mismo me había dicho que no se sentía cómodo hablando de eso, ¿por qué era tan insistente?

Sabía quién era aquel chico del video. Estaba haciendo la película de uno de mis libros favoritos y había actuado en una serie de aventuras que le había quedado genial. Era un buen actor, quizá un poco engreído por lo que vi en las entrevistas. Y por lo que supe, algo violento.

—Solo es un capullo —bromeé imitando el extraño acento del gran Daniel Brunce, tratando con ello mejorar el humor de Alexander, lo cual no parecía surtir efecto—. Hostia, tío.. Ha de ser un completo chupacables.

Escuché a Alexander reír y lo mire con una sonrisa. Él se limpió las lágrimas y me sonrió. Sus ojos estaban brillosos y me parecían demasiados lindos.

—No llores por este subnormal —pedí—. Como él hay ochocientos. Mejor y sales con un cantante que te recite para dormir. Seguro tienes el número de cientos de chicos que quisieran aunque sea un beso tuyo.

Alexander me miró fijo.

—Me canse de salir con gente famosa. —explicó.

—Deben de ser muy complicados.

—Últimamente todo lo es.

—¿Qué es todo?

Sus labios se abrieron un poco, como para contestar. Pero no lo hizo. Se quedó en completo silencio. Vi esos dos ojos brillosos. Comencé a sentir algo muy raro dentro de mí. Reconocí ese sentimiento, pero jamás lo había tenido por un chico.

Inmediatamente gire mi cabeza y miré hacía el frente.

—Quizá ya debería de irme a casa. —expliqué.

Mi madre no tenía ni idea de donde estaba yo. Tampoco sabía si aquello le importaba. No debía de estar en casa, así que no sabría que yo no estoy allí. Si llegaba y no me veía, quizá hiciera un escándalo, como quizá solo se recostaría en el sillón y no lo notaría. No tiene el premio a mejor mamá, pero tampoco es la peor.

—Llamare a Gary. —respondió Alexander poniéndose de pie.

Alexander estaba por abandonar la habitación, cuando volví a hablar.

—Tú vas a acompañarme, ¿cierto? —pregunté.

Él asintió y abandono la habitación.

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Al llegar a casa, Alexander me acompaño hasta la puerta. No sé porque lo hizo, pero tampoco le dije que no lo hiciera. En el camino, no dije palabra alguna, fue allí que caí en cuenta de que hoy se me había desatado la lengua. Generalmente no me permito decir mucho, antes hablaba todo el tiempo y jamás me quedaba callado. Luego paso Allison, los ataques de agresividad y las ganas de golpear a Luke.

No me sentí cómodo cuando la limusina estacionó en la acera de mi casa. Quizá porque hacía segundos había estado en una mansión y ahora volvía a la horrible realidad. Un barrio donde se habían cometido cinco crímenes en los últimos dos meses. Familias que pasaban hambre, una casa de un solo piso tan pequeña que a penas y entrabamos en ella. Y los perros callejeros que alimentaba para que no mordieran a los visitantes.

Cuando me metí dentro de la casa, me asegure viendo desde la ventana de que la limusina se fuera a salvo. Quizá alguien al ver el auto tan lujoso quería robarle al príncipe o apoderarse de él. Después de todo, es una celebridad y su cabeza debe salir mucho dinero.

Comencé a caminar en dirección a mi habitación, sumido en pensamientos estúpidos sobre lo que había pasado hoy.

—Bien jugado —escuché la voz de Leo desde el sillón—. Te haces amiguito del príncipe ese por su dinero. No te creía tan inteligente, tengo que confesarlo. Pero quién lo diría, no eras tan hueco.

Miré a Leo con el ceño fruncido. No tenía ni idea de lo que decía. Yo no me hice amigo de él por su dinero, ni si quiera me importaba ello. Solo habían sido amables y me habían ofrecido traerme a casa. Como no quería hacerlo, me llevo hasta su casa. Fin de la historia. No fue amistad.

—No somos amigos. —mascullé.

—Escuché por los pasillos que el príncipe posiblemente sea gay —comenzó a parlotear—. Dicen que lo encontraron besándose con el actor de la serie esa que ves tú. Así que déjame preguntarte antes de que mamá haga un gran escándalo y esto termine mal. ¿Eres gay?

—Eso no te incumbe.

Intente irme a mi habitación. Leo se apresuró y se colocó delante de mí para impedir que siguiera mi camino. Lo miré suspirando y me crucé de brazos. Él estaba serio y no parecía divertido con la situación.

—Hablo en serio —dijo—. Mira, me importa muy poco si andas con un chico o una chica, ¿sí? Pero, no podría soportar la idea de no poder ayudarte con ello. ¿Sabes lo que pasara si mamá lo sabe?

Levante los hombros con indiferencia.

—¿Recuerdas a mi amigo Thomas? —preguntó—. Papá me prohibió que me juntara con él solo porque se enteró que él era gay. Mamá no dijo nada contra él, solo me dijo: "No es natural". Y ya. Yo no quiero que...

—Papá ya no está, Leo —gruñí interrumpiendo su monologo—. Y si no lo has notado, soy discreto y sé guardar secretos. No necesito una charla como si entendieras algo. Y por cierto... no, no soy gay.

Y sin decir más nada me encerré en mi habitación.

Cuando entre, encendí el computador y busqué a Daniel Brunce junto al príncipe. Me aparecieron miles de fotos normales. Riendo, tomando algo o simplemente hablando. Hasta esas fotos, cualquiera podría de pensar que eran solo amigos. Y luego me topé con la foto.

La foto estaba borrosa. Era en una discoteca o un bar. El santo principito estaba sentado en un sillón de terciopelo rojo, mientras que Daniel lo agarraba de su pelo rubio y lo besaba, apretando el pequeño cuerpo de Alexander contra el respaldo del sofá.

Apagué la computadora de golpe y apreté la mandíbula. 

Lágrimas azulesWhere stories live. Discover now