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Orion me dio una guía por toda la escuela

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Orion me dio una guía por toda la escuela. Me llevó a todos los sitios posibles. Todo en completo silencio. Me decía lo justo y necesario. Cosas como: "Esta es la biblioteca", "este es el laboratorio" y cosas así. No más. No menos. Era un chico callado y bastante extraño. Sin duda era diferente a los que había conocido.

Lo inspeccione mejor. Era más alto que yo. Era delgado, llevaba un expansor negro en la oreja derecha, sus ojos eran grises, algo que completa su aura de misticismo y su pelo era tan negro como la noche. Su cabello estaba peinado hacia arriba y rapado a los costados, cosa que me gustó. Él podía hacer lo que se le daba la gana y no tenía que preocuparse por su apariencia.

—¿Algo más que quieras saber? —preguntó, mientras que se sentaba sobre la mesa de una de las aulas. Supuestamente había dicho esa estaba sin uso.

—¿Qué sabes de mí? —pregunté torciendo el cuello—. ¿Qué es lo se dice?

Él levantó una ceja y suspiró.

—Nada en especial. ¿Qué es lo que te preocupa que sepan?

Suspiré ante la pregunta y jugué con mis dedos. Generalmente, nadie respondería algo que no quisiera, pero me habían enseñado que aquello era de mala educación y yo no era un niño maleducado.

—Solo no hagas un escándalo. —pedí con una media sonrisa.

—Bien. —dijo dudando un poco.

—Teniendo en cuenta lo inusual que es toda esta situación y que todos me tratan como si viniera de Marte, tengo que suponer que saben demasiadas cosas sobre mí. Y yo solo quería saber si ellos sabían... Si tú también sabías que yo soy... Bueno, que tengo una leve inclinación hacía los hombres.

Se hizo un enorme silencio.

Orion se quedó abriendo los ojos enormemente y abrió la boca tratando de responder. Lo único que hacía era balbucear cosas incomprensibles para cualquier ser humano. Parecía un pequeño bebé que llamaba a su mamá.

—¡¿Qué?! ¡¿Eres gay?!—exclamó.

—Te dije que no hicieras un escándalo —dije fríamente—. Y dijiste que estaba bien. Por lo tanto, cállate y no grites, idiota.

Me dirigió una mirada de odio. Su ojeada me recordó demasiado a la de guardaespaldas desconocido. Aquella mezcla de ganas de matarme con pena.

—Vete a la mierda. —murmuró mirando hacia otro lado.

—Dímelo en la cara. —pedí sin saber porque lo hacía.

—¿Qué? No voy a cumplir tus caprichos...

—¿De qué capricho hablas? Solo te pido que no seas cobarde y que me mires a los ojos cuando me mandas a la mierda. ¿O acaso no te atreves?

—Oye, mocoso, ¿te das cuenta de que estás loco?

Su forma de hablar era demasiado parecida a la de Daniel. Tragué en seco al pensar en eso y miré hacia otro lado. Dios, ¿en serio soy tan idiota como para parecerme que un chico cualquiera es parecido a mi ex novio? ¿Tan necesitado estoy?, pensé con demasiada vergüenza de mí mismo.

—Lo siento —musité mirando el suelo—. Me exalte de nada.

Me miró frunciendo el ceño.

Se produjo un enorme silencio por un momento. Me sentía incómodo ante él y quería encontrar la forma de decir algo, lo que sea con tal de romperlo. Él no hacía mucho, tampoco presentaba una ayuda. Ni si quiera debía de importarle el silencio.

—¿Y qué carajo haces aquí? —preguntó intentando cambiar de tema—. ¿Qué es lo que hace que los reyes decidan mandar a un príncipe a esta escuela de mierda que queda a kilómetros de su castillo?

—Es una larga historia. —murmuré.

—Entendí... no quieres hablar de ello.

Lo miré a los ojos. Los míos se pusieron como cristales al recordarlo. Como me arrastraron, como me obligaron a irme de mi propio país. Me tapé la cara, mientras un nudo se instaló en mi garganta. Dios, esto es patético, me regañé.

—¿Estás bien? —preguntó y sentí como se acercaba hasta mí, colocando una de sus manos en mi hombro—. Por favor, no llores.

Alejé mis manos de mi rostro y lo mire a él.

—Estoy bien, estoy bien —repetí haciendo una sonrisa falsa—. Solo es una chiquilinada. Nada más que eso.

Mentira. Era mucho más que cosas de niños.

—Como digas. —murmuró.

¿Qué? ¿Solo eso? ¿Acaso no iba a consolarme? Dios, este chico ha de ser un completo idiota. O al menos, lo está siendo, pensé furioso.

Fruncí un poco en ceño, sin poder evitarlo y lo miré. Si no fuera diez veces más grande que yo, lo hubiese golpeado.

Mi teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo izquierdo. Lo saqué y miré el nombre que indicaba quien llamaba. Abrí los ojos de la sorpresa y sentí un frío recorriéndome por toda la espalda. Tragué en seco y deslicé el icono del teléfono para contestar. Me acerqué el teléfono en la oreja.

—¡No me has llamado al llegar! ¡Tuve que enterarme por tu guardaespaldas que estabas con vida! —exclamó mi padre del otro lado del teléfono.

—Creí que no le importaba saber que estaba aquí —gruñí—. Si alguien manda a su hijo a otro país, dudo que es porque que quiera saber algo sobre su existencia. Además, ¿por qué la ocurrencia de jugar al buen padre ahora?

Alexander miró hacia otro lado, aunque sabía que su atención estaba en mí. Aquello me molestó. Entonces, como si leyera mis pensamientos, salió del aula para dejarme solo y no tener que escuchar mis quejidos.

—Mira, niño insolente, ahora no estoy para jugar a estas cosas —masculló mi padre. Su voz sonaba molesta y casi podía imaginarlo la vena de su frente saltando por el enojo—. Solo te pedí que llamaras, Alexander. No era una tarea difícil.

—Yo solo le pedí que no me dejara subir a ese avión.

Sentí inmediatamente una cólera de todo el asunto. Sentía también que debía decirle todo lo que me estaba haciendo pasar.

—Y por cierto, padre —dije—, ese tal guardaespaldas que la reina contrato, ha sido un completo bruto conmigo. Él me ha intentado...

—Algo habrás hecho, Alexander.

Y cortó.

Oh, parecía que volvía a ser el peor padre del mundo.        

Lágrimas azulesWhere stories live. Discover now