12

16 4 6
                                    

Estuve varios minutos  viendo la pantalla del computador

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Estuve varios minutos viendo la pantalla del computador. Mientras que mi mente se mantenía en blanco. Nada surcaba en mi cabeza, estaba completamente perdido en millones de cosas que quería escribirle. Pero, nada terminaba de tener coherencia suficiente como para escribirlo. Parecía que simplemente quería decir un: "Hola". Ver hasta donde llegaba el supuesto amor eterno que me juro, admirar si todo solo fue una enorme fantasía. 

Entonces calle mi mente y comencé a escribir.

Entonces calle mi mente y comencé a escribir

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Apreté la tecla de enviar y trague en seco. Sentía las lágrimas correr por mis ojos. Enseguida me arrepentí de no haberlo ni si quiera haberlo releído. Odio ser tan impulsivo. Debía de ver que no dije ninguna idiotez.

Miré fija la pantalla unos segundos y sentí un nudo instalarse en mi garganta. Fue entonces cuando un pequeño cartel se apareció en la computadora. 

Lo tuve que leer en voz alta para hacerme caer en cuenta.

—El mensaje no ha podido ser entregado al destinario. La dirección de correo insertada ha sido dada de baja. —leí sintiendo hervir mi sangre.

Me había salvado. O aquello fue lo que pensé por unos cuantos segundos. Luego noté que había perdido mi única comunicación con Daniel. La única forma que tenía de hablarle. Cuando me llamaba lo hacía desde un número privado. La regla era no dar números, al menos eso me había pedido él. Sin embargo, Daniel poseía mi número de teléfono.

Traté de no pensar en eso. Cerré la computadora y me recosté sobre mi cama. Miré un momento el techo, tratando de pensar en cualquier cosa que no sea él. Maldita sea, me sentía tan estúpido pensando todo el tiempo en Daniel. Tenía que superarlo de una vez, tenía que dejar de ser tan insoportable con ese tema. Debía de enterrar los recuerdos... Me habían enseñado a hacerlo.

Tomé mi celular y comencé a ver los mensajes que recibía en las diferentes redes sociales. La mayoría era solo de chicas de trece años en plena pubertad. Todas que me decían comentarios demasiado extraños. La mayoría eran vulgares y me daban algo de pena que se comportaran así.

Incluso tenía "fans". Había chicas que subían fotos mías o editaban videos. También había varias historias raras circulando por Internet. Generalmente en su título decía: "El Príncipe Alexander y Tú". Y siempre terminaba besándolas y comportándome de forma rara. Me causaba demasiada gracia cuando yo era un chico malo y solo hacía desastres. ¿Yo? ¿Un chico malo? Dudo que eso exista.

Me apenó mucho cuando encontré una historia mía con Daniel. Fue demasiado explicita sobre lo que hacíamos cuando estábamos a solas. O incluso en el parque o en otros lugares públicos. Me sentía demasiado idiota al recordar todas esas cosas.

Un día recuerdo que me topé con una página web dedicada para mí. Me había gustado la idea porque me podía poner hablar con chicas que querían conocerme y era lindo saber qué hacías algo que ellas querían mucho. Recuerdo hablar con una que me confesó algo que logró hacer que no quisiera volver a entrar allí.

Se había filtrado una foto mía durmiendo en ropa interior. Y a partir de esa foto muchas de mis "fans" comenzaron a imaginar cómo sería lo que había abajo. Entonces, le pusieron un nombre. Nilo, así se llamaba.

Mi... "parte" se llamaba Nilo.

Me dirigí hasta el baño. Miré mis muñecas y las vendas que las tapaban. A veces en mi cabeza se disparan flashes que me recordaban como las había cortado. Recuerdo la sangre llenando la bañera y sentir que todo se había nublado y alejado. Ese fue el segundo intento. En el primero, me encerré en mi cuarto en el castillo. Había tomado el arma de Gary y me la coloqué sobre el mentón. No dispare. No llegue a hacerlo. Quizá si mis manos no hubiese temblado tanto, ahora mismo no podría estar contándolo.

—¿Su Majestad? —preguntó Gary tocando la puerta y abriéndola un poco. Asomó su cabeza y me miró recostado con los ojos llorosos—. ¿Señor? ¿Está todo bien? ¿Le ha ocurrido algo malo?

Negué con la cabeza.

—Extraña a ese muchacho, el tal Brunce, ¿cierto? —inquirió entrando.

—Todo está bien, Gary. —rumié fingiendo una sonrisa.

—¿Es ese chico que trajo a la casa? ¿Acaso ese imbécil lo ha estado molestando, señor? Porque sabe que si él se pasa de listo, soy capaz de romperle toda la cara esa que lleva. No tendría inconvenientes en...

—No es Orion. —le corté.

Gary frunció el ceño.

—Está bien —dijo—. Venía para avisarle que tiene visitas, señor.

Me incorporé en la cama de golpe. ¿Visita? Me dio un escalofrío por las mil posibilidades de personas que puedo encontrarme en la palabra "visita". Mi corazón latió un poco más rápido de lo normal y yo me quede congelado mirando a mi guardaespaldas. Solo podía pensar en las personas que podían ser.

—¿Qui-quién es? —tartamudee.

—Debería ir a verlo por sí mismo, señor. Le prometo que se va alegrar de verlo. Y que no es nadie que le hará ningún tipo de daño, o al menos eso creo.

Me levanté de la cama y bajé las escaleras con el ceño fruncido. Okey, de solo pensar en cada posibilidad me volvería loco. Si era padre, me regañaría hasta matarme. Si era la abuela, me pegaría con su bastón. Si era Daniel... No, él no vendría. ¿Quién carajo sería capaz de venir hasta aquí solo para verme?

Al llegar al final de la escalera, se me hizo una sonrisa al ver de quién se trataba. Él estaba parado de espaldas, pero lo reconocí. Su pelo estaba tan blanco como de costumbre, aunque aún se le veían algunas raíces negras. Llevaba una remera negra que le ajustaba un poco, un jean del mismo color y una Converse negras y blancas. Estaba fumando, podía ver el humo que salía de su boca. Y los tatuajes de sus brazos hacían que no hubiera duda de quién era.

—Nunca en mi vida me imaginaría que Bart Basile vino a verme. No puedo creer que haya salido de su cueva —dije, mientras que él se daba medía vuelta para poder verme—. Creo que eres la persona que menos me esperaba allí parada.

Bart rió y me observo. Tenía ojeras, por lo que supuse que el vuelo no había sido muy bueno. Sin embargo, estaba sonriendo. El cigarro lo mantenía ahora en su mano derecha, con dos dedos.

—Eh, ya sabes que me gusta sorprenderte —contestó levantando los hombros y sin dejar de sonreír—. Además, aun no terminas de conocerme, pequeño príncipe. Tengo varios haz bajo la manga.

—¡No hagas aparecer una paloma! —exclamé—. Bart, no hagas magia dentro de la casa, por favor. No creo que a Gary le guste tener que perseguir a tu conejo porque otra vez se ha asustado.

Bart puso los ojos en blanco.

—Bien, nada de magia. —masculló.

Sonreí.

—Pero... me debes un millón de explicaciones, Alexander Erik Hubertus Bertil Bernadotte.

Odio que use mi nombre completo.

Lágrimas azulesWhere stories live. Discover now