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Tarde demasiado en racionalizar lo que estaba sucediendo a mí alrededor

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Tarde demasiado en racionalizar lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Me encontraba sentado en uno de los enormes y mullidos asientos de uno de los aviones privados de mi padre. Iba con dos guardaespaldas por mayor seguridad en caso de que la prensa se enterara de la huida. Siempre hay un topo, pensé.

Uno de los guardaespaldas era un completo desconocido para mí. Me miraba con recelo y eso me incomodaba. No tenía cabello, no era fornido pero tenido un parecido a Jason Statham por lo que daba miedo. Seria capaz de romperme en dos, si se lo disponía. Mientras, el que si me era conocido se llamaba Gary. Era una masa morocha adicta al gimnasio y los esteroides. Pero una buena persona, dentro de lo que cabe.

—Necesito bajarme. —anuncié poniéndome de pie.

El desconocido me tomó del hombro y me devolvió al asiento bruscamente.

—Lo siento, rubio. —dijo con una enorme sonrisa.

Miré a Gary buscando la represaría adecuada para tal acto. Nadie podía tocarme o tratarme de esa forma, eso es lo primero que les enseñan a los guardaespaldas. Me estaban protegiendo, no castigando.

—Discúlpelo, señor —pidió Gary. No sé cuántas veces le había pedido que dejara de llamarme señor, pero seguía haciéndolo—. La reina fue bastante clara con respecto a su situación actual. A ella no le importa que usted salga con hematomas en las fotos al llegar. Espero haber sido yo tan claro como ella.

Asentí.

—Así que o te quedas quieto o te dejamos quieto. —concluyó el desconocido.

Fruncí el ceño y bufé.

¿Serían capaces de golpearme con tal de seguir las órdenes de la reina?

—Casi me olvido—murmuró el pelado. Buscó entre los últimos asientos y volvió hacía nosotros con una enorme sonrisa—. Tu padre te regaló un libro para que hagas algo durante las ocho horas que pasemos aquí. No reparó en gastos. Es un best seller muy renombrado.

Sostuvo el libro un tiempo con su mano derecha. Luego lo lanzó en mi regazo para entregármelo.

Lo observé con mala cara.

En la tapa había un hombre uniformado como un militar. Este iba protegiéndose de las balas de algún enemigo que estaba cerca. Era un libro sobre la guerra. Por sus hojas amarillentas supe que se trataba de un libro demasiado viejo, quizá fue best seller cuando mi abuela tomó la corona. Pasé las hojas rápidamente, sin ver nada en particular y sintiendo aquel olor a libro viejo que me encantaba, pero era lo único positivo que podía sacar de aquello.

Se notaba que mi padre sabía mucho de mí. Me conocía tanto que me traía un libro de guerra, cuando en millones de ocasiones le dije que me aburría el tema. Quizá sabía eso tan bien como sabía que no me gustan las mujeres, o que no me gusta el chocolate, o como cualquier cosa de mi vida. No, él no sabía quién soy.

—Sí... —comenzó a decir Gary mientras que se rascaba la nuca y reía—. Su padre no sabe nada de usted, señor.

—¿Y tú sí?—pregunté tirando el libro al asiento junto al mío, siendo un poco hiriente incluso con la única persona que parecía mantenerme algún tipo de cariño.

Cerré los ojos y me imaginé en otro planeta, siendo un niño común. Como deseaba a veces que todo fuera más sencillo, que no me pesaran tantas cosas y que pudiera hacer lo que quisiera. 

Sonreí al verme tan feliz.

Quizá eso iba a suceder en este viaje, quizá en esta nueva vida podría ser simplemente yo. 

Lágrimas azulesWhere stories live. Discover now