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—No hay nada en el maldito closet

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—No hay nada en el maldito closet. —defendí interviniendo en su camino.

Si llegaba a abrir esa puerta y encontrarse con mi pequeño secreto, me mataría. No estaba de acuerdo con el hecho de los gays, los respetaba pero no quería que sus hijos lo fueran. No es que ya estuviera definiéndome como uno, pero ciertamente disfrute demasiado más estar con Alexander que haber estado con cualquier otra persona. Supongo que eso me convertía en bisexual. 

—¿Quieres intentar mentirme a mí? —preguntó cruzándose de brazos—. Recuerda que yo te di la vida, te conozco mejor que nadie. 

No, no lo haces, quise contestar pero desataría una pelea idiota.

—Mamá, por favor. —rogué. 

—Hazte a un lado, ya suficiente con que hayas dejado a un chico en el hospital para que ahora estés escondiendo cosas de mí. 

Me hizo a un lado y pasó justo a mi lado. Antes de abrir el closet, me hecho una mirada cargada de intriga de que podría tener allí. Supongo que bajo ningún concepto esperaba lo que iba a encontrarse allí.

Al abrir la puerta, los ojos de mi madre se toparon con los del príncipe semidesnudo y el caballo hecho un desastre. Boquiabierta, comprendiendo de forma inmediata que había pasado.

Alexandre separó sus labios para decir alguna excusa, comenzó a mover sus manos negando lo obvio, mientras con su cabeza hacía lo mismo.

—¿Usted y...? Orion, ¿tú estuviste con...? —trataba de formular ella, pero parecía que la simple idea la espantaba.

—Puedo explicarlo, lo juro —dijo Alex tomando aire para continuar—. Sé que lo que parece, pero realmente es una historia graciosa. No ha pasado entre nosotros, no hemos hecho nada. Le juro que Orion y yo solo somos... 

—Lo hicimos. —le corté. 

No miré a mi madre ni a él cuando lo hice. Tragué saliva y miré al frente, dándole la espalda a ambos. Miré a mi madre sobre mi hombre, quien se sujetaba el pecho. 

Realmente, ¿qué me daba? Estaba diciendo la verdad. Ella siempre insinuaba que necesitaba una pareja o al menos un romance. Lo estoy haciendo, estoy teniendo una estúpida de historia de amor y me da igual que no sea para nada lo que ella esperaba de mí. 

Estaba super orgullosa de como Leo tenía a varias mujeres en sus vidas, de como hacía gemir a alguien nuevo cada maldita noche, al punto de hacerlo sin descaro. ¿Por qué tendría entonces que enojarse conmigo? ¿Tan malo era que fuera un chico? ¿Tan mal estaba lo que había hecho? Al menos yo lo quería, no era un juguete para mí. 

Mi madre me miró boquiabierta, supongo que quería decir algo pero no hallaba nada en su vocabulario que describiera lo que sentía. Pero veía que sentía: decepción. 

Alexander se limitó a mirar sus pies descalzos y no decir palabra.

—¿Hiciste eso en mi casa? —inquirió molesta—. ¿Bajo mi techo, Orion?

Lágrimas azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora