Capítulo 27

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—Estate calladito o te oirán, hombre... Que tú no tienes ticket y van a echarte del autobús —le apreté la cabeza hacia dentro de mi enorme bolsa. ¿Qué? No esperaríais que lo dejara allí solito, ¿cierto? El pequeño gato me hizo caso, y volvió a entrar.

—¿Qué llevas ahí, Amanda? —Curtis despertó de su cabezada y me miró con el ceño fruncido.

—¿Dónde? ¿Quién? ¿Yo? Nada —cerré la bolsa de sopetón.

—...

—...

—... Algunas veces eres más rara de lo que parece —se volvió a girar y se dispuso a dormir de nuevo en su asiento. Le saqué la lengua y comprobé si el gato estaba cómodo en mi bolso.

—Eres un gruñón —me quejé mirando a mi hermano con los ojos entornados.

—Estoy harto de dormir, a ver si llegamos de una vez —colocó su chaqueta contra la ventana y la utilizó de almohada—. Además, la gruñona aquí eres tú. Te has pasado quejándote todo este tiempo.

—Digamos que los dos somos igual de insoportables —repliqué con una sonrisa ladeada.

—... Supongo que sí —se le escapó una risilla y volvió a intentar dormir.

—Aunque ya estamos volviendo a casa. Voy a estar de buen humor durante meses.

—A ver si es verdad...

Volvíamos a estar en el autobús, por fin camino de mi querido hogar. Tenía metida en la canción esa canción de Carole King que había oído en la radio esa mañana. "Home Again". Quedaba más o menos una hora para que el trayecto finalizara, y yo estaba que no cabía en mí de nerviosismo.

Eran las diez y media de la noche, por lo tanto a las once y media deberíamos de haber llegado a casa. Hasta me ha dado tiempo a comprarle un regalo a Brian. Un libro sobre astrofísica. Menos mal que ha mencionado muchas veces el tema, sino no habría sabido qué comprar.

<...>

—¡No puede ser, tiene que arrancar! —le insistí por decimosexta vez al conductor del autobús. Dado mi estrés, ni siquiera me apuraba el hecho de hablar con tanta ligereza entre todos los extraños del transporte.

—Ya le he dicho que con una rueda pinchada no podemos avanzar, señorita —contestó el cincuentón con desidia. Ya llevábamos una hora y media parados en mitad de la carretera.

—¿Entonces qué? ¿Nos quedaremos aquí hasta mañana? —mi desesperación llegaba a límites exorbitantes.

No me dio tiempo a oír la respuesta. Salí corriendo fuera del autobús. Unas náuseas indescriptibles me obligaron a devolver lo que había comido antes de salir de Dublín. Me solía marear en los viajes en coche o en autobús... o en cualquier vehículo que se moviera. Otra cruz más de Amanda.

—¿Se puede saber qué haces? —Curtis se asomó por la ventanilla de nuestro asiento. Un par de personas más en el lado derecho del autobús también me observaban, repugnados.

—Nada, no ves que sólo —volví a la carga con otra tanda de fatiga emplatada— estoy tomando un poco de aire fresco.

<...>

—¿No puede ir un poco más rápido? —le pedí al conductor de pie en mi asiento, un tanto impaciente. Estaba harta de ir sobre ruedas y el mareo empezaba a ser parte de mí.

—Voy a la velocidad máxima. No se levante, por favor.

Me dejé caer en el sillón— Llevamos horas aquí, me muero de hambre y sigo mareada... —murmuré quejumbrosa.

KEEP YOURSELF ALIVE #2: Let Me In Your Heart ♕Where stories live. Discover now