Capítulo 17

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El timbre de la puerta estaba sonando. Aún me faltaba amarrar los cordones de una de las botas y mi pelo era un desastre.

—¡EV, ¿PUEDES ABRIR TÚ?! —dije, sólo por ser un caso desesperado. Evelyne apareció delante de mi puerta con un entusiasmo inusitado. No debería habérselo pedido. Mierda.

Escuché cómo la puerta se abría— ¡Hola! —saludó Evelyne, con un tono inquisidor, intenso y algo aterrador.

—Buenos días, querida —ahí está. ¿DÓNDE PUSE EL CEPILLO?—. Vengo a buscar a Amanda.

—Lo sé, lo sé. Está terminando de arreglarse. ¿A dónde vais? —dijo en el tomo más chismoso del mundo. Maldije por dentro.

—Sólo a dar un paseo, y a comprar unas cosas —respondió de forma escueta, pero eso no era suficiente escudo para protegerse de Ev.

—¿Qué cosas? —preguntó de nuevo. Si hubiera podido, le habría tirado una de mis botas.

—Si te lo dijera, tendría que matarte —soltó una carcajada malvada, y luego añadió que era broma. Se me escapó la risa. La cara de Evelyne debía de ser un auténtico poema.

Acabé el lazo de la bota y me peiné velozmente frente a un pequeño espejo de mi dormitorio. Comprobé mi aliento y me palmeé la cara un par de veces. ¡Lista!

—¡Ya estoy aquí! —me apresuré hasta el recibidor, casi tropezando por el camino.

Freddie me miró contento. Aparté la vista y me reí con nerviosismo. Qué estúpida soy. Evelyne me hacía gestos disimulados señalando a Freddie, que no la podía ver pues ella le daba la espalda.

—¿Nos vamos? —preguntó él, llevando una mano a su cuello y la otra a la cadera.

Asentí y me dirigí a la puerta— Hasta luego, Ev.

—Adiós —dijo haciendo un mohín, algo ofendida por no haber hecho caso a lo que fuera que trataba de decirme con esas señales raras—. Que lo paséis bien.

<...>

—¡SON LAS COSITAS MÁS LINDAS QUE HE VISTO EN MI VIDA! —exclamé, pegando la nariz en el escaparate y llenando el cristal de vaho.

—¡Son demasiado pequeños! ¿¡Cómo pueden ser reales!? —Freddie estaba al lado igual de conmovido.

Acabábamos de almorzar, y habíamos pasado por delante de una tienda de mascotas. Nos habían encandilado unos cachorros de pointer inglés.

—Creo que he ganado unos ocho años de vida sólo por haberlos visto —suspiré demasiado enternecida. Freddie soltó una carcajada y tuve que reír también—. Lástima que Curtis sea alérgico a los perros. Además no puedo pagarlos, ¡son muy caros!

—Será porque tienen pedigree o algo así —se incorporó y se sacudió el pelo—. ¿Te gustan mucho los animales?

—Sí, pero nunca he tenido ninguna mascota —me erguí también y volvimos a caminar, no sin echar una última mirada a los preciosos perritos—. Me gustaría tener un perro algún día.

—Yo soy más de gatos. Son tan elegantes. Ojalá ser uno —se me escapó la risa imaginando a Freddie andando a cuatro patas con la cabeza alzada y ronroneando. Pensándolo bien, a lo mejor sería algo digno de ver.

Aún no sabía a dónde íbamos exactamente, y no pregunté porque no quería que Freddie tuviera que matarme por contármelo. Estábamos en el centro de Londres. El alumbrado navideño estaba apagado porque era de día, pero seguramente lucía precioso por la noche. El suelo estaba encharcado por las escasas nevadas que habían tenido lugar. En Londres no solía nevar en cantidad, al final la nieve se derretía y sólo quedaba escarcha bastante peligrosa para la gente torpe como yo. Aún así me gustaba estar en la calle durante los días previos a Navidad. La gente iba a hacer sus compras para los seres queridos y todo el mundo parecía de mejor humor de lo usual.

KEEP YOURSELF ALIVE #2: Let Me In Your Heart ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora