Capítulo 17 - El piloto

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Terminaron de desayunar, y con los ánimos en alto se subieron a los vehículos y dejaron la gruta. Habían acordado alejarse lo más posible de los maleantes por el momento, conduciendo pegados a la costa.

Alfred iba de piloto en su auto, Kiku de copiloto y los tres hermanos iban sentados en la segunda fila. Yao ya se había acostumbrado a tomar el sitio extra en la moto y Peter iba sentado tras (T/N).

Al cabo de unas dos horas de andar en línea recta, y cuando ya no podían ver el barranco tras ellos, la joven anunció por el comunicador que se detuvieran en la orilla porque debía mostrarles algo.

Se cuadraron, se bajaron de los vehículos y la siguieron hasta el vaivén de las olas.
Ella cargaba algo en brazos.

—Uh, ¿qué es eso, (T/N)?— preguntó el estadounidense, señalando el purificador de agua.
—Ya que se han unido a la misión, supongo que será mejor que les muestre por qué no tenemos problema con el abastecimiento del agua. — dijo a través de su máscara. — Peter.
—Claro. — avanzó el niño al lado de ella.

El pequeño, tazas en mano, se arrodilló al lado del agua contaminada del mar y recogió el líquido en una de las tazas. La joven dejó el artefacto sobre una roca en la arena y les pidió a todos que se agacharan para ver mejor.
Peter vertió el agua por la entrada superior y las inscripciones brillaron de color turquesa. Ante esto, todos los que estaban observando eso por primera vez se sorprendieron.

Una vez tenían agua limpia en la otra taza, (T/N) les explicó lo que acababa de suceder y les obligó a probar del líquido.

Oh my God...
—Pero... esto...
Это удивительно... (Es increíble...)
—Entonces, ¿es por esto que siempre decías que había agua más que suficiente?— preguntó Yao, atónito. La joven asintió con la cabeza. — Vaya...
—¿Era esto lo que la dueña del diario explicaba?— recordó Yekaterina.
—No sabemos si es mujer, pero sí. — afirmó la joven. — Fue esa persona la que nos dejó esto.
—Ahora comprendo la cautela...— murmuró Ivan.

El grupo volvió a subir a sus vehículos y retomaron la marcha. Estaban conduciendo en dirección a la ciudad en la que habían encontrado al estadounidense, pero no exactamente. Esa ciudad se encontraba campo adentro, lejos de la costa, y ellos planeaban seguir la línea del mar hasta la ciudad siguiente.

Al ritmo que iban, no pasaron más de dos horas hasta que se percataron que ya habían dejado atrás la ciudad del evento del galón de cinco litros. Aliviados de saber que estaban ya bastante lejos de la refinería, dejaron la playa para tomar la pista que corría al lado de la arena.

El día estaba sorprendentemente claro y tranquilo, y por suerte no había tanto sol que los sofocara.
Se detuvieron un poco más tarde del mediodía para almorzar, al pie de un conjunto de árboles que les ofrecían buena sombra.

—Tenga, señor diseñador gráfico. — bromeó el estadounidense alcanzándole una taza al japonés, pues aún no podía creer que el asiático era mayor que él.
—Uh, gracias. — ignoró la broma Kiku.
—¿Diseñador gráfico?— preguntó Peter, mirando a la joven.
—Es una profesión, se supone que se encargan de crear cosas que se vean bien para hacer llegar un mensaje. — le explicó ella a simples rasgos, para luego mirar al aludido. — ¿Eras un diseñador gráfico antes de todo esto?
—Así es. — asintió el otro. — ¿Y tú qué eras, señorita (T/N)?
—Yo estudiaba (carrera). — contó ella. — ¿Y el resto de ustedes?— miró a los demás.
—Yo quería ser arquitecto. — dijo el estadounidense con una sonrisa antes de beber de su taza blanca con estrellas rojas y azules.
—Y yo médico. — comentó Yao a un lado.
—Bailarina. — dijo de pronto la bielorrusa. — Digo, ya era bailarina, pero igual tomaba clases.
—Yo era veterinaria. — sonrió su hermana, dejando su taza a un lado.
—Yo estudiaba informática. — dijo el ruso, tomando a casi todos por sorpresa.
—Eh, ¿en serio?— preguntó la joven.
Да. — sonrió como un niño.
—Vaya... me sorprende que gente común como nosotros haya logrado sobrevivir tanto...— comentó ella.
—¿A qué te refieres?— inquirió el chino.
—Digo, uno se esperaría que los que sobrevivirían serían los militares. — lo miró. — ¿O no?
—Bueno, en Estados Unidos los primeros en caer fueron los de la milicia. — contó Alfred.
—¿En serio?— se sorprendió el niño.
—Los bandos arrasaron con ellos en cuanto tuvieron la oportunidad. — miró a un lado, para luego volver a mirar al grupo. — Por eso hui con unos amigos mexicanos en cuanto me enteré de lo del agua. — rio.
—En realidad, lo mismo pasó en casi toda Europa, por alguna razón. — añadió Natalya.

Agua, por favor [Hetalia]Kde žijí příběhy. Začni objevovat