Capítulo 67 - El Corazón de la Tierra

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(T/N) estuvo a punto de quedarse boquiabierta, pero reaccionó a tiempo y presionó sus labios en una delgada línea. ¿Por qué el joven frente a ella le sonaba tanto?
¿No sería...?

—¿Fe...liciano? —preguntó con su voz raspada, dudosa, dando un paso al frente.

El otro cerró la distancia entre ambos con otro paso y tomó sus manos, sonriendo como un niño y asintiendo en afirmación.

—Al fin, ¿verdad? —respondió sin borrar la sonrisa de su rostro. Retrocedió un paso y la soltó.— Y ahora que ya sabes quién soy, ¿podría saber tu nombre?

Ella se quedó muda y confundida por un rato, algo extrañada de que no supiera su nombre.
Pero, ¡claro! ¿Cómo iba a saberlo? En realidad no se conocían, aunque se sintiera lo opuesto.
Sonrió.

—(T/N) (T/A).

Feliciano cerró los ojos y emitió un sonidito de aprobación, como si le gustara el sonido. La sonrisa que llevaba se encogió sin llegar a desaparecer, como si se hubiera retirado tras una máscara.
Abrió los ojos, mirando al piso, y sin verla volvió a hablar.

—Mi hermano, Ludwig y... Antonio. —musitó, su voz melancólica.— ¿Están bien?

No obtuvo una respuesta inmediata. No porque existiera duda alguna, sino porque (T/N) recordó de pronto con quién hablaba: el dueño del diario. El que había cargado con la clave al problema y con la incapacidad de hacer algo al respecto por casi un año. El que casi había dejado de ser humano por quedarse a solas. El que había tenido que enterrar a un miembro de su familia.
El que, tras haber conseguido un grupo de amigos con los cuales andar, había sabido que tendría que abandonarlo todo para continuar solo.

—Están bien. —le aseguró ella, su garganta molestándole.— Algo cansados, pero están bien.

Feliciano soltó una risita aliviada, sin dejar de jalar un peso invisible tras él.

—Supongo que tú abriste la compuerta de la banshee. —se giró, caminando hacia la piedra. Ella le siguió.
—Bueno, alguien tenía que hacerlo.
—Hehe, cierto.

El silencio cayó sobre ambos mientras admiraban la piedra blanquecina. Él tenía sus manos sujetas tras su espalda, sueltas de manera casual. Ella se había quitado los guantes por el frío, y había metido sus manos vendadas en los bolsillos de su pantalón.
Feliciano vio las manos de la joven por el rabillo de su ojo, pero regresó su mirada al frente.

—¿Qué es? —preguntó ella.
—Una piedra. —rio él, poniendo una de sus manos en la superficie de la roca con cuidado.— No sé qué será, para ser honesto. Se creía que era el corazón de la Tierra.

(T/N) lo miró ante lo que había dicho y volvió a ver la gran roca. Debía tener unos diez metros de altura y siete de ancho. ¿Cuántos tendría de profundidad? Ni idea, estaba incrustada en la pared. Y ahora que lo notaba, las luces que parecían verse en la superficie tintineaban al ritmo de los latidos de un corazón agitado e inestable.

—¿El corazón de la Tierra...? —repitió ella.
—No lo digo yo, lo dicen los libros de mi abuelo. —se excusó el joven, consciente de que era una historia extraña.— No soy médico, y no sé si tú lo seas, pero el ritmo del parpadeo de las luces se creía que representaba los latidos de un corazón. —pasó su mano por la superficie con cuidado.— Si pones atención se pueden ver. Ahora mismo tiene un ritmo irregular e inestable; indica que algo no anda bien.

Ella se quedó en silencio por un rato. Acercó una mano dudosa a la superficie y la tocó con delicadeza. Estaba fría, era lisa, y había un lejano rumor extraño y débil.
Colocó la otra mano y apoyó con cuidado su mejilla izquierda, cerrando sus ojos en un intento de percibir ese extraño temblor.
Feliciano la observaba en silencio.

Agua, por favor [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora