Capítulo 68 - Desde el fondo de su ser

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Permanecieron en esa posición en silencio por algo que se sintió como una eternidad. Llegaron a un punto en el que ni siquiera se estaban abrazando; era más como si estuvieran así porque les daba pereza moverse y esa pose era cómoda.

(T/N) no se dignó a levantar la cabeza hasta que sus ojos se hubieran deshinchado y su rostro hubiera regresado a su color original. Detestaba cómo se veía su cara cuando lloraba, y por ende tampoco se sentía cómoda enseñándosela a los demás. Separó su mejilla del suéter del italiano y retrocedió un paso antes de mirarlo a los ojos. Él le sonreía con amabilidad, como si le preguntara si ya estaba mejor.

Ella le devolvió una pequeña sonrisa y despeinó un poco sus cabellos con cariño, como solía hacerlo con Peter y cualquier persona más baja que ella (esta era la excepción, por supuesto).

—Gracias. —musitó con calma, su voz aún algo raspada.

Feliciano volvió a sonreír y se dio la vuelta para avanzar hacia la roca.
La (nacionalidad) apostaría mucho a que había algo que faltaba en todo ese asunto. Faltaba algo en el italiano, pero ella no sabía qué. Sólo sabía que lo notaba cada vez que sonreía, como si no fuera una sonrisa completa.
Pero sentía que no era algo que debía preguntar así como así.

Optó por volver a sentarse en las gradas cuando el italiano comenzó a tararear algo en voz baja, examinando la gran piedra. Todo lo que debían hacer ahora era esperar, por lo que ella se dedicó a mirar el techo y sus alrededores.

Pasaron unos buenos veinte minutos en silencio, con la excepción del tarareo de Feliciano (quien se había sentado espalda contra espalda con ella y parecía estar garabateando algo en una libreta de dibujo). (T/N) comenzaba a duda que, en caso llegara Peter solo, fuera capaz de abrir la puerta. Es decir, esa roca era bastante pesada.
Tendría que sentarse fuera a esperar, o... ¿decidiría volver por donde vino, creyendo que había llegado a un camino sin salida? Y era probable que otros también hicieran lo mismo.
¿Cuánto rato tardarían en llegar?

Diez minutos más transcurrieron desde ese pensamiento antes de que otro sonido más allá del calmado tarareo fuera escuchado en la sala. Sonó como cuando alguien patea una piedra dura que no se mueve, y luego como cuando alguien trata de arrastrar un objeto pesado. La puerta se movió un poco, y ambos vieron un par de manos colarse por la ranura creada y empujar la entrada hacia un lado.
Luego, Kiku se escurrió por la abertura.

—¡Kiku! —se sorprendió la (nacionalidad), levantándose de las gradas y quitándole su respaldar al europeo.
—Ah, señorita (T/N). —se sorprendió también el otro, caminando hacia los dos presentes.— Qué bueno verla aquí.
—¿Te encontraste con alguien más? —inquirió ella.
—Estuve solo de inicio a fin. —negó el asiático.

Ambos jóvenes se miraron por un momento y el italiano sonrió.

—Feliciano Vargas, mucho gusto.
—Kiku Honda. —el japonés hizo una pequeña reverencia.— El gusto es todo mío.

La llegada de Kiku no cambió en nada la situación en la que habían estado antes: espera. Se sentaron, ahora los tres, a esperar a que llegaran todos los demás.
Era aburrido, pero, ¿qué podían hacer al respecto?

Pasaron diez minutos y nadie apareció por la puerta.

—Deben estar perdidos en el laberinto. —musitó el italiano, sus manos sosteniendo su cabeza.
—Eh- ¿cuál laberinto? —se confundió ella, y él la miró extrañado.
—Tienes que atravesar un laberinto para llegar aquí. —respondió Kiku en su lugar.— Caen gotas del techo, si eso te sirve para recordar.
—Ah... —soltó ella. Sí se acordaba de las gotas que caían del techo, pero supuso que estuvo demasiado distraída como para darse cuenta de que era un laberinto.— Sí, creo que sí pasé por ahí.
Debes haber pasado por ahí. —rio un poco Feliciano.— No hay forma de llegar aquí sin atravesar ese condenado lugar.

Agua, por favor [Hetalia]Where stories live. Discover now